En conjunto, el encierro fue bravo en el caballo y ofreció un juego variado, y siempre con emoción.
La ganadería Miura cumplió 75 años lidiando en Sevilla, con la reaparición, a priori para una tarde, del sobrino de los actuales ganaderos Eduardo Dávila Miura, quien quiso conmemorar así las bodas de diamante de su familia con la ciudad hispalense. Y el encierro no aburrió a nadie. Bravo en el peto, en el último tercio puso emoción con toros de todo tipo, desde nobles, toreables hasta peligrosos e imposibles. El cuarto fue aplaudido en el arrastre.
Toro por toro, el primero no tuvo un pase; sin recorrido y con peligro, no cogió de milagro en un par de veces al diestro sevillano. El segundo tuvo nobleza pero se apagó demasiado pronto y acabó mostrándose soso en su embestida; fue aplaudido en el arrastre. El tercero, alto y largo, fue un ejemplar muy gazapón y peligroso, que nunca se entregó de verdad. El cuarto no terminó de pasar y fue orientándose cada vez más. El quinto, un cinqueño llamado Bandolero, cárdeno oscuro, de 658 kilos –el toro de mayor peso de la feria- fue a más durante toda la faena; tuvo alta nota en cuanto a repetición y nobleza, aunque le faltó un punto de clase para que el trasteo tomara un vuelo mayor. Y el sexto, el que cerró la tarde y la feria, fue muy complicado; nunca se le vio metido en la muleta y cabeceó con peligro; fue un miura de los malos.
Respecto a los diestros, éste fue su resultado en una plaza casi llena: Eduardo Dávila Miura (saludos y oreja), Manuel Escribano (saludos y oreja con petición de la segunda) e Iván Fandiño (silencio tras aviso y silencio), que tuvo el peor lote, sin opciones.