Todos negros, lustrosos y astifinos. Deambulaban por uno de los corrales del Gas. Pero se sentían, nerviosos, incómdos, no acostumbrados a su nuevo alojamiento. Eran un ‘mírame y no me toques’, no ante el público, que no lo había, sino entre ellos mismos. Cualquier roce se convertía en un amago de ataque, de riña. Un déjame en paz, que algo más frescos estábamos en la sierra madrileña. Algunas de sus imágenes son las siguientes: