OCTAVA Y ÚLTIMA DE FERIA. CRÓNICA. «¡ILLA, ILLA, ILLA… VAYA PESADILLA!»

Padilla con la bandera pirata en su honor..

El ‘Ciclón de Jerez’ salió a hombros pero, sobre todo, animó una tarde para el olvido. Indigno encierro del hierro debutante de Torrehandilla, por su deficiente presentación y por su muy mal juego.

Ganado: Cinco toros de Torrehandilla y uno, el tercero, de Torreherberos, deficientes de presentación por anovillados, aunque serios de cara, astifinos, y de escaso juego por carecer, en conjunto, de las fuerzas mínimas necesarias. Salvo el primero y el sexto, el resto fue pitado en el arrastre.

Juan José Padilla: oreja en ambos. Salió a hombros.

Julián López “El Juli”: silencio y saludos tras fuerte petición de oreja.

Daniel Luque: silencio y oreja.

Presidencia: A cargo de Paz Prieto, asesorada por Ana Serrano y Fernando Moreno, desacertada al no conceder una oreja del quinto toro, porque la petición fue mayoritaria, aunque la faena no la mereció; por lo demás, correcta.

Incidencias: Lleno. Tarde soleada y agradable. Impresionante y emotivo recibimiento de la toda la plaza a Juan José Padilla.

Gracias a la presencia de Padilla, la tarde no terminó en escándalo. Hace dos o tres años, la Casa de Misericordia justificó su contratación argumentando que era un torero que podía levantar una tarde. Visto ahora, a toro pasado, tenía razón. Qué habría pasado si no hubiese estado el llamado “Ciclón de Jerez”.

Y es que el hierro debutante fracasó sin paliativos. Lo siento por el ganadero porque seguro que puso mucha ilusión para su presentación en Pamplona. Pero lo que ayer se vio en el ruedo, en general, fue una novillada con cara, peor que la del día anterior. Y es que para traer animales así no hace falta salir de Navarra. Macua, Santafé o Baigorri, por citar unos ejemplos, los tienen mucho mejor criados y, a la inversa, con hechuras de toros.

Pero si la presentación no estuvo a la altura de la plaza, tampoco los toritos ofrecieron juego, sobre todo porque algunos rozaron la invalidez, carecieron de las fuerzas mínimas para embestir -no digo ya con alegría, no es tiempo de soñar- para embestir con un mínimo recorrido. Un par de ellos claudicó y se echó en la arena. Otros apenas tuvieron fuerza para moverse. Y todo ello, ver para creer, sin un puyazo en toda la tarde. Los picadores bien se podían haber quedado en el patio de caballos, merendando, jugando al mus, no sé, afilando las puyas mientras soñaban con mejor ocasión.

En definitiva, una corrida de anovillados toritos indignos del ciclo pamplonés. Claro que si vimos una novillada y los ejemplares no fueron picados, lo que presenciamos ayer fue una novillada sin picadores. Bufff! Prefiero no pensar en eso. ¡Qué locura!

Aunque para locura –en el único sentido positivo que ofreció la última del abono- la que provocó la presencia de Padilla en el ruedo. La plaza se volcó con él en todos los sentidos, sentimental y artístico, en una tarde que tardará en olvidar; mejor, que nunca podrá olvidar.

Ovación cerrada, gritos coreados de “¡illa, illa, illa, Padilla maravilla!”, “¡Qué huevos tienes, Padilla, qué huevos tienes!” Y claro que los tiene. Que nadie lo dude. Lo dejó claro sobre todo en los dos buenos tercios de banderillas que protagonizó y con las dos buenas estocadas con las que remató sus dos faenas.

Su primero, el que abrió plaza, fue un toro noble, de escasas fuerzas y de corto recorrido. Le realizó un trasteo basado en la diestra, a media altura, en el que no hubo gran lucimiento y se vio molestado por el viento. Pero la estocada hizo vibrar a una plaza, la pamplonesa, que, generosa siempre, estaba dispuesta a darle todo. Justa oreja por soberanía del público.

Y lo mismo ocurrió en el cuarto, aunque, esta vez, el que se movió fue el torero y no el toro, pues éste no podía ni embestir, y cuando se movió algo, lo hizo a duras penas, sin terminar de pasar. En la faena no hubo ni un auténtico muletazo pero la estocada volvió a desatar la pasión de los abarrotados tendidos.

El Juli, por su parte, se encontró primero con un novillo sin fuerza y sin clase, deslucido, ante el que nada había que hacer. El quinto embistió al pasito por el derecho y el madrileño lo explotó por ese pitón en la medida de lo posible. Un pinchazo y una trasera provocó una petición mayoritaria para premiar una faena que no lo merecía.

Luque, inédito en su primero, dibujó una faenita vibrante al toro con más energía del encierro, a Camarero, que le puso en bandeja, una oreja, de poco peso, eso sí. Y así se puso fin a ese mal trago que supuso el cierre de feria.

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