El madrileño Raúl Velasco y el también navarro Javier Antón se repartieron dos orejas.
Ganado. Cinco erales de Corbacho Grande, bien presentados, dejándose aunque con geniacho primero y tercero, noblón el segundo, con muy buen son y generoso recorrido el cuarto, premiado con la vuelta al ruedo, y sin clase alguna el quinto, el más cuajado del encierro.
Diestros.
Francisco Marco: oreja y dos orejas.
Raúl Velasco: oreja tras aviso y silencio tras aviso y leve petición.
Javier Antón: oreja con petición de la segunda.
Presidencia. A cargo de Juan José Caballero, asesorado por Ana Isabel Pereira y Juan José Cerdán, cumplió sin problemas su cometido.
Incidencias. Más de media plaza. Tarde fresca de nubes y claros, con molestas rachas de viento. El madrileño Raúl Velasco y el navarro Javier Antón hicieron el paseíllo descubiertos. Francisco Marco no salió a hombros sino a pie por falta de costaleros.
El buen toreo fue el mejor antídoto contra el frío que imperó en el buen festival de cierre al ciclo cascantino. El toreo, y el buen hacer de la banda municipal, que calentó el festejo con sus pasodobles.
En el ruedo, dos matadores de toros y un novillero; éste, navarro, como el espada más veterano; y en medio de los dos, un madrileño. Todos mostraron muy buena disposición y dejaron buenas dosis de toreo de calidad, por lo que el público superó con diversión ese viento tirando a gélido y nada taurino.
Gran culpa de ese entretenimiento lo tuvo la materia prima. Los erales gaditanos de Corbacho Grande se dejaron hacer aunque no fueron tontorrones; de eso no tuvieron ni un pelo.
El que abrió plaza, por ejemplo, tuvo geniacho y, por ello, resultó molesto, y por embestir con la cara alta, sin humillar lo debido. Marco superó estos negativos factores y estuvo por encima del eral, que tuvo su carita. Realizó una faena variada, por ambos pitones, en tandas siempre muy bien rematadas con el de pecho. Tras un pinchazo, mató de una estocada contraria y paseó la primera oreja de la tarde.
Pero lo mejor estaba por venir. Salió el cuarto y se lució con mecidas verónicas y un vistoso quite por chicuelinas. El novillo galopaba alegre, con estupendo tranco, y embestía humillado y con generoso recorrido, aunque apuntó en un par de ocasiones un par de detalles de manso al amagar irse a tablas, algo que, por fortuna, no ocurrió. El diestro estellés lo supo mantener en su engaño. Gustó y se gustó en una faena variada en la que llevó al novillo cómo y por donde quiso. La comenzó con dos cambiados por detrás en el centro del ruedo y la continuó con muletazos de todas las marcas, siempre templados y limpios. Hubo mando, firmeza y hasta filigrana repleta de pureza torera. Terminó con un estoconazo, pelín desprendido, que prologó la póstuma vuelta al ruedo del estupendo eral, que, para entonces, ya había perdido sus dos orejas.
Raúl Velasco, por su parte, en su primera intervención, se encontró con un novillo noblón pero justito de fuerzas, que acabó queriendo todo por abajo. El madrileño ejecutó una faena muy larga, que tuvo sus mejores argumentos en redondo, porque bajó la mano. Tras una estocada, acertó al segundo golpe de descabello. Al que cerró el festejo, que tragó sin clase, le sacó muletazos por ambos pitones pero casi de uno en uno, sin la ligazón necesaria y a base de insistir. Terminó con una contraria; el toro tardó en doblar y los ánimos se enfriaron.
Javier Antón, por último, se las vio con un novillo con cierto genio, al que le faltó clase. Al murchantino le costó acoplarse a la embestida pero toreó después variado y con gusto, aunque debió mostrar más serenidad, torear con mayor asentamiento.