Los novilleros pamploneses Martínez y Hernández salieron a hombros tras repartirse cuatro orejas. Fotografías: Alberto Arelizalde.
Ganado: Cuatro erales de Hermanas Azcona, de correcta presentación, salvo el primero, nobles, con clase, algunos justos de fuerza; el tercero, Artesano, negro, número 18, fue premiado con la vuelta al ruedo y el cuarto, Nigeriano, colorado, número 16, ovacionado en el arrastre.
Novilleros: Bruno Martínez (silencio tras aviso y dos orejas) y Pablo Hernández (ovación con saludos tras aviso y dos orejas).
Presidencia: A cargo de Rafael Villanueva, asesorado por Juan José Crespo y por el veterinario Javier Martínez, correcta salvo en la concesión de la segunda oreja del cuarto novillo.
Incidencias: Segundo festejo de abono. Media plaza. Tarde soleada y agradable. Actuó como sobresaliente el joven cirbonero Aaron Navas, hijo de un pastor del encierro pamplonés, que realizó un par de buenos quites. El banderillero pamplonés Daniel Hernández ‘Garrapi’ se clavó en la mano derecha el arpón de un rehilete durante la lidia del primer toro; fue curada la herida en la enfermería pero no pudo volver a torear. Los dos novilleros salieron a hombros.
Terminada la novillada sin picar de ayer en Estella, ningún asistente podía negar que en Navarra hay cantera torera, jóvenes que sueñan con tomar la alternativa algún día. Sin olvidar a Nabil, que no toreó, los también pamploneses Bruno Martínez y Pablo Hernández, que llevan el toreo en sus venas y que están dispuestos a realizar el máximo esfuerzo para alcanzar el citado sueño.
Muestra de ello es que pusieron toda la carne en el asador: derroche de voluntad, de arrojo, de buen concepto del toreo… Ambos estuvieron en novillero: sufrieron varias cogidas, sin consecuencias, y enrabietados volvieron a la cara del toro, no dispuestos a dejarse ganar la partida, a perder un triunfo grande, que, por desgracia, sólo sonará en la Comunidad Foral.
Vayamos por orden. Abrió el festejo Bruno Martínez, que se encontró con un becerrote que no debió saltar al ruedo por sus hechuras. Pese a ello, el astado embistió con nobleza por ambos pitones, y Martínez, con ciertas imprecisiones, lo toreó con buen estilo por derechazos y naturales. Pudo cortar el primer trofeo de la tarde, pero no acertó con la espada, algo perdonable, por otra parte, dado el corto rodaje de estos novilleros sin picadores.
Toreó después Pablo Hernández, que se presentaba en España. Recibió a su novillo con unas serenas verónicas, bien rematadas con la media. Comenzó aquí todo un recital de suertes de capa, pues Martínez le respondió con un quite y lo mismo hizo Hernández en el tercero. Ya en la muleta, Pablo se encontró con un eral noble, nada sobrado de fuerzas. Comenzó la faena con unos doblones muy toreros, a los que siguieron series de derechazos y naturales ayudándose. Terminó con unas ceñidas manoletinas. Para entonces, fruto de su entrega, había sufrido un par de volteretas. Como su compañero, sólo le faltaba matar bien para cobrar un trofeo. No lo consiguió. Tres pinchazos precedieron a una media estocada. Hernández recibió una cálida ovación de ánimo.
La segunda parte del festejo fue otra historia. El tercero, serio de cara, dio más importancia al festejo. Bruno, con magnífico estilo, lo recibió con unas mecidas verónicas, de compás abierto. Y mantuvo las estupendas maneras en el último tercio, en una faena por ambos pitones en la que ligó las series, con mando y temple, y limpieza, ante un novillo que atesoraba clase, nobleza, fijeza y repetición en su franca embestida. Se preparó para matar y lo hizo de una gran estocada, arriba, en su sitio, de efectos fulminantes. Bruno cobró con justicia dos orejas que le servirán para seguir soñando, para creer todavía más en sí mismo.
Tras este triunfo, Hernández salió ante el colorado cuarto a revientacalderas. No se le podía ir la tarde. Tres faroles de rodillas dieron paso a un ramillete de verónicas de calidad. Pablo estaba decidido a todo. Esta actitud llevó consigo cierta aceleración en su toreo, cierta falta de reposo. Con la muleta, inició la faena de rodillas con un par de cambiados por detrás. El novillo no tuvo la calidad del anterior pero fue a más y permitió a Pablo realizar una faena completa, variada, aunque algo falta de limpieza en ocasiones por esa falta de serenidad. En cualquier caso, el público nunca dejó de estar con él. La pena fue que de nuevo no anduvo certero con el estoque. Esto no importó a la presidencia, que acabó sacando los dos pañuelos blancos. Final feliz. Los dos a hombros, con mucho tiempo para soñar.
Un detalle. Después de varios pinchazos y una media no se deben conceder las dos orejas. El palco, al concederlas, creó así cierto agravio comparativo con Bruno, que había acabado con su segundo de una gran estocada. Y es que… ¡Vaya feria que lleva el palco estellés!