El matador de toros pamplonés salió a hombros junto a sus compañeros de tarde, muy beneficiados por un palco equivocado.
Ganado: Toros de Paulo Caetano, primero y tercero, Hermanas Azcona, segundo y cuarto, y Rosa Rodrigues, los dos últimos, muy desiguales de hechuras y de comportamiento; en general, nobles, se dejaron, salvo el sexto, el garbanzo negro, un manso que nunca quiso embestir.
Toreros: Esaú Fernández (oreja tras aviso y dos orejas), David Galván (saludos y dos orejas) y Francisco Expósito (dos orejas y palmas tras aviso).
Presidencia: A cargo de Carlos Jiménez, asesorado por Juan José Crespo y por la veterinaria Rosa Loranca, pecó de muy generosa en la concesión de las segundas orejas del cuarto y del quinto, lo que restó seriedad al festejo; dicho de otro modo, mal asesorada por el artístico, casi convierte una corrida de toros en un festival.
Incidencias: Primera de feria. Media plaza. Tarde agradable con molestas rachas de viento. Tras el paseíllo, se guardó un minuto de silencio por el mulillero Rogelio Andueza, fallecido recientemente. José Manuel Rodríguez saludó montera en mano tras banderillear al que cerró plaza. Los tres diestros salieron a hombros.
La Feria de Estella comenzó ayer con una entretenida corrida de toros que se saldó con una triple puerta grande. Tres matadores de toros y tres salidas a hombros, una de ellas por decisión del palco y otra con demasiados trofeos, por el mismo motivo. Ni Esaú ni Galván merecieron la segunda oreja del cuarto y quinto, respectivamente, pero un equivocado asesor artístico tiró de absurda generosidad y casi convierte un festejo serio en un festival.
La otra nota negativa vino dada por el ganado. Tres hierros son demasiados para una sola tarde. Si el hierro titular se había quedado con sólo dos toros, la empresa tenía que haber traído otra corrida de toros y no optar, como así hizo, por un doble remiendo ganadero.
Por lo demás, el público, como el año pasado en Sangüesa, disfrutó con el toreo, muy personal, de Francisco Expósito, que afrontó el segundo paseíllo de su trayectoria como matador de toros. La verdad es que, visto su desenvolvimiento en el ruedo, parecía veterano matador. Al tercero, Caprichoso, de Caetano, un toro tan chico como noble, lo cuajó de capa con su toreo de pellizco; las verónicas, a pies juntos y compás abierto, se sucedieron en una serie para el recuerdo, bien rematada con una media para enmarcar. La tarde comenzaba y el diestro pamplonés sonreía. Se sentía a gusto.
En la muleta, se encontró con un toro noble pero no tonto, con algo de picante. Lo toreó por ambos pitones, con limpieza y mando, sabiendo siempre lo que se traía entre manos. Se entregó a la hora de matar, casi fue cogido en el embroque, y dejó un estoconazo, que acabó con el toro sólo unos segundos después. Dos orejas y puerta grande asegurada.
Con el sexto, Costureto, de Rosa Rodrigues, el más grande del encierro, no tuvo opción. Fue un mulo, un manso que nunca quiso pelea, que nunca embistió y que únicamente se dedicó a mirar los tendidos. Aunque parecía imposible, el espada navarro todavía le robó algunos ayudados y naturales, de uno en uno, eso sí. A la hora de matar, sudó lo suyo Expósito, empeñado en matarlo por arriba. Al final, consiguió cazarlo con un descabello fulminante y recobró la sonrisa, sabedor de que había vuelto a abrir una puerta grande.
Abrió el festejo Esaú Fernández, que no terminó de convencer. El que abrió fue noble y repetidor por ambos pitones. Ejecutó dos tandas en redondo y otras dos de naturales, y toreó por luquesinas en el cierre de su faena. Mostró un toreo fácil pero algo falto de mando. No hubo tampoco emoción dada la condición del toro. Tras un pinchazo, mató de una entera desprendida y cobró la primera oreja de la tarde.
El cuarto, de Hermanas Azcona, fue noble asimismo pero anduvo muy justo de fuerzas. Molestado por el viento, el sevillano no pudo bajarle la mano; si lo hacía, el toro perdía las manos. Además, fue acortando su recorrido y la labor de Fernández no llegó a los tendidos. Tal vez por ello, optó por el arrimón, pero ante un toro agotado, que ya no podía moverse. Tras matarlo y sin haber dado un solo muletazo, el palco sacó dos pañuelos, un premio excesivo que lo esperaba ni el propio matador de toros.
Por último, Galván dejó buena imagen y sumó un triunfo grande. Le correspondió un toro de Hermanas Azcona noble, soso y justo de fuerzas. Tras recibirlo por chicuelinas, con la muleta lo toreó con suavidad y quietud, por ambos pitones. Hasta que el toro embistió a duras penas y, finalmente, se paró. Pudo cortar un trofeo pero el uso de los aceros se lo impidió; a un pinchazo hondo, le siguieron cuatro descabellos y así…
Su segundo, el quinto, de Rosa Rodrigues, tuvo un buen pitón derecho y el diestro gaditano lo aprovechó. Las series de derechazos se sucedieron, siempre realizadas con suavidad y temple, con gusto. Terminó con una estocada, delantera y tendida, y cobró las dos orejas del toro, la segunda por capricho del palco. En cualquier caso, se sumó así a sus compañeros de tarde en una aclamada salida a hombros. En fin…