ARMENDÁRIZ Y ESAÚ FERNÁNDEZ SE REPARTEN CINCO OREJAS EN FITERO

Roberto Armendáriz paseó la primera oreja de la temporada taurina de Navarra.

El tono triunfalista del palco permitió la concesión de tan elevado número de trofeos.

Feria de San Raimundo.

Ganado: dos toros para rejones de Flores Tassara, primero y cuarto, manso parado uno y con más movilidad el otro, y cuatro toros de Antonio López Gibaja, bien presentados, con kilos, nobles pero no sobrados de fuerzas, salvo el parado sexto, y de escasa transmisión.

Roberto Armendáriz: oreja y dos orejas. Salió a hombros.

Juan Bautista: silencio y palmitas.

Esaú Fernández: dos orejas y palmas. Salió a hombros.

Presidencia: a cargo de Raimundo Aguirre, asesorado por Jesús María de Andrés y Francisco J. Romera, sólo regular por la excesiva generosidad en la concesión de trofeos.

Incidencias: más de media plaza. Tarde fresca, de nubes y claros. Tras el paseíllo, se guardó un minuto de silencio en recuerdo del fallecido Justino Armendáriz Iso, padre del rejoneador navarro. Seguidamente, éste entregó a su madre, Emma Pascual, un ramo de flores. El torero navarro y su cuadrilla portaron brazaletes negros en señal de luto.

Fitero ofreció una entretenida corrida de toros, que se saldó con la concesión de cinco trofeos, excesivo premio para lo que se vio en el ruedo. Y es que el palco presidencial regaló un par de ellos y posibilitó la salida a hombros de Fernández. Pese a este tono triunfalista, casi festivalero, lo cierto es que la terna intentó siempre agradar y, lo que es más importante, el público se divirtió y abandonó la plaza satisfecho de lo que había presenciado.

Roberto Armendáriz clava una banderilla con Prometido.

El festejo comenzó con emotivos momentos en recuerdo de Justino Armendáriz Iso, fallecido a finales del año pasado, padre del rejoneador navarro. El caballero de Noain superó la emoción y salió al ruedo dispuesto a triunfar en su primer paseíllo de la temporada, objetivo que consiguió. Y eso que el que abrió plaza fue un manso, completamente distraído, ajeno a la lidia, que sólo se movió con un trotito cochinero que denunció su condición. El torero navarro estuvo por encima de él, solventó los problemas que se le presentaron, con Delirio de salida, Prometido en banderillas y Trasnochador en el tercio final. Y, aunque acertó a tercer intento con el rejón letal, el público quiso premiar su esfuerzo y así lo hizo.

Su segundo, más terciado, tuvo más movilidad y, por ello, resultó colaborador, aunque también se mostró algo distraído. Tras castigarlo sólo con un rejón sobre Cilín, la faena alcanzó su momento álgido en banderillas, con los quiebros de Ranchero y las batidas y piruetas de Zamorino. Optó otra vez por Trasnochador para terminar su trasteo, cosa que hizo con un rejón que sirvió. El joven de Noain cobró las dos orejas y las brindó al cielo, en recuerdo de su padre.

Esaú Fernández ejecuta un derechazo largo.

Respecto al toreo a pie, sólo quedaron destellos. Mejor imagen dejó en el ruedo fiterano Esaú Fernández, que ya mostró su hambre de triunfo con las verónicas de recibo a su primero. En la muleta se encontró con un noble ejemplar, de generoso recorrido, que comenzó a apagarse demasiado pronto. Lo toreó con buen sentido por ambos pitones, por derechazos y naturales largos, bien templados, en una faena marcada por la quietud. Al final, se recreó con unos invertidos que dieron paso a un estoconazo, pelín desprendido. El público pidió las dos orejas y el palco, condescendiente, las concedió. El segundo del sevillano fue un cuatreño seriote, bien musculado, con abundantes kilos que, en dos varas, realizó la mejor pelea de la tarde ante el peto. La pena fue que llegó al último tercio completamente agotado, parado, sin recorrido alguno. Fernández se justificó e intentó sacar agua de un pozo seco. Terminó con otra buena estocada, algo delantera, y dejó buen sabor de boca en la afición fiterana.

Pase de pecho de Juan Bautista.

Bautista, por último, se encontró con dos toros de parecida condición, nobles, nada sobrados de fuerza y de limitada duración. A su primero, un cinqueño blando de manos, lo tuvo que torear a media altura para evitar que se cayera. Al quinto le realizó una faena larga, por ambos pitones, de muchos muletazos pero carentes de sabor, bastante insípidos. Y como a los dos los pinchó antes de matarlos de media tendida, se fue de vacío, y perdió así una ocasión muy fácil para puntuar.

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