El Capea puso el mejor toreo en la gélida tarde pero salió a pie por fallar con el estoque.
Ganado: dos utreros para rejones, de San Pelayo y Carmen Lorenzo, noble y colaborador el primero y más complicado el cuarto, y cuatro de Francisco Galache para la lidia a pie, nobles pero muy blandos.
Toreros: Roberto Armendáriz (oreja en ambos), Pedro Gutiérrez “El Capea” (oreja y saludos tras aviso) y Damián Castaño: (oreja en ambos).
Presidencia: a cargo de Ángel Vergara, asesoradao por Jesús María de Andrés y Pablo García Zambrana, excesivamente generosa en la concesión de trofeos; por lo demás, correcta.
Incidencias: más de dos tercios de plaza. Tarde nublada, muy fría y con lluvia a partir del quinto toro. Tras el paseíllo, se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de José Luis Forcada, encargado de los corrales de la plaza. Castaño, que hizo el paseíllo desmonterado, salió a hombros junto a Armendáriz.
Ninguna mosca y muchos abrigos. Así abrió ayer la plaza de Fitero la temporada taurina de Navarra. Fue una corrida de toros mixta en la que lo mejor fue la entrada, y más dados los escasos grados del clima, y lo peor el viento, entre gélido e insoportable.
El navarro Roberto Armendáriz tuvo el honor de abrir el festejo y la temporada navarra. Y lo hizo ante un buen ejemplar de San Pelayo, que, con su nobleza y buen tranco, colaboró al triunfo. El caballero de Noain realizó una faena de menos a más. Tras dejar un rejón de castigo con Dandy, Ranchero brilló con sus quiebros en banderillas y fue dando algo de calor a los tendidos. Seguidamente, tomó el relevo Corazón, que ofreció toda una lección de elegante y medido toreo de costado. Ya en el tercio final, sobre Duende, el torero se lució con las cortas y terminó con un rejonazo arriba; pero el utrero se amorcilló y el Noain acabó con él de un contundente golpe de descabello.
Más mérito tuvo su segunda intervención, ante otro utrero murubeño que resultó más complicado, porque de salida quiso siempre ponerse por delante y a lo largo del trasteo no dejó de tirar derrotes. A este ejemplar lo recibió con Forajido, que tuvo que trabajar a fondo hasta castigar al cuajado utrero con un rejón. En banderillas, Grano de Oro y Prometido ofrecieron un recital de toreo de costado, en varias vueltas al ruedo, que devolvieron el calor al público. El jinete navarro finalizó su labor, de nuevo, sobre Duende, con el que mató, previo pinchazo, de otro rejonazo. El premio al esfuerzo fue otro trofeo, el que le permitía alcanzar su segunda salida a hombros en la segunda actuación de su temporada.
Respecto a la lidia a pie, uno de los diestros puso el mejor toreo y el otro se llevó el triunfo. Éste fue Castaño, el pequeño de los hermanos, Damián, que fue un derroche de voluntad, de cara a un triunfo que acabó consiguiendo; eso sí, con mucha ayuda del palco presidencial. Su lote tuvo tanta nobleza como justas fuerzas. Ante su primero, tuvo más ganas que aciertos en una faena construida por ambos pitones, con algunos episodios de embarullamiento y otros de cierta pinturería. Mató de un pinchazo y de una casi entera tendida, y cobró un trofeo. Bajo la lluvia, se las vio con el sexto y último, el que más motor tuvo del encierro, no mucho. Series cortas de derechazos y naturales prologaron la ejecución de una estocada caída, algo que no importó al palco, que volvió a premiar al salmantino.
Quien abandonó la plaza a pie, paradójicamente, fue quien mejor toreó, Pedro Gutiérrez Lorenzo. Manejó la capa con gusto ante los dos de su lote, en forma de mecidas verónicas. Su primero fue un cuatreño muy noble y blando, que fue a menos; es decir, carente de la más mínima transmisión. El Capea realizó una faena muy templada por ambos pitones, pero en la que la emoción fue imposible. Trasteo fácil, a modo de completo entrenamiento, culminado con una gran estocada hasta la bola.
Mereció premio asimismo su segunda intervención, frente a otro toro muy noble pero blandísimo, al borde de la invalidez. Y aquí estuvo el gran mérito del hijo del Niño de la Capea, en saber llevar al toro a media altura, en los medios y mediante una larga faena, basada en la quietud y el temple, pero, otra vez, carente de emoción. Y cuando ya acariciaba nuevo premio, los pinchazos se sucedieron y todo quedó algo emborronado, bajo un tono oscuro, gris, como la tarde.