El Cid se presentó en Tafalla y consiguió la única oreja de la tarde. Fotografía: Miguel Monreal.
El noble encierro de San Román mereció ser arrastrado con menos de sus orejas. Galería fotográfica: Miguel Monreal.
Ganado: Seis toros de Antonio San Román, cinqueño el serio quinto, bien presentados, de cómodas caras, salvo los serios quinto y sexto, nobles en conjunto y colaboradores, salvo el manso quinto.
Diestros: Manuel Jesús “El Cid” (silencio y oreja tras aviso), Antonio Nazaré (silencio tras aviso y pitos) y Borja Jiménez (oreja y silencio).
Presidencia: a cargo de Pablo Larrasoaña, asesorado por Francisco Sagardía y el veterinario Andrés Pemán, cumplió con buen criterio su cometido.
Incidencias: Menos de media plaza. Tarde agradable. Cuarta y última de la Feria de Tafalla. El Cid y Jiménez hicieron el paseíllo desmonterados. El subalterno Álvaro Oliver saludó montera en mano tras banderillear al sexto. Las fuertes y continuas rachas de viento condicionaron las lidias.
El cierre de la Feria de Tafalla resultó algo frío, como el resto del ciclo. El viento quiso convertirse en protagonista y, poco a poco, con ráfagas más violentas, lo consiguió. Al final, quedó la sensación de que en el ruedo había habido más materia prima que mano de obra, que los diestros, sin estar mal, pudieron hacer más.
Abrió plaza Manuel Jesús “El Cid”, que se presentó en esta plaza. El que abrió plaza fue un toro noble que recortó el recorrido a medida que progresaba la faena. El de Salteras lo toreó por ambos pitones, más cómodo y sin apreturas por el pitón derecho. Tras unos molinetes y un abaniqueo, se perfiló para matar, cosa que no hizo bien: un pinchazo hondo y cinco descabellos dieron paso al silencio del público.
Su segundo, el cuarto, fue un ejemplar noble y repetidor pero muy justo de fuerza. Comenzó la faena con tres buenas series en redondo, templando y mandado. Pero enseguida vio que si le bajaba el engaño, el toro perdía las manos. Los naturales llegaron de uno en uno. Continuó toreando con la diestra y terminó pegándose un pequeño arrimón. Mató de una buena estocada y un descabello, y sonó un aviso. Su resultado, silencio y oreja tras aviso. Sin estar mal, no se le vio excesivo compromiso.
Nazaré, por su parte, se las vio en primer lugar con un toro noble, que tragaba sin clase. Realizó una faena de altibajos, en la que se dejó tocar demasiado el engaño. Lo mejor, una par de tandas con la diestra a golpe de zapatilla, tirando del astado. Mató de media desprendida y tendida, sonó un aviso y acertó al tercer golpe de descabello.
El quinto fue el garbanzo negro del encierro; un cinqueño serio, con mucha presencia, bien armado, ofensivo, que se hizo el dueño de un tercio de varas para el olvido, un manso sin clase alguna, que embistió sin humillar y que mostró ganas de rajarse. En tal situación, el de Dos Hermanas lo intentó, lo probó y trazó algún muletazo suelto de buen corte, tragando mucho. Tras una entrada en falso, terminó con un bajonazo que provocó cierto enfado del público en forma de pitos.
Por último, Borja Jiménez fue todo voluntad, pero poco más. Su primero fue el mejor encierro. Tuvo un muy buen pitón derecho y por ese lado embistió encastadito, pero enseguida fue yendo a menos. Por el otro pitón, resultó deslucido. Comenzó bien con la muleta, con dos buenas tandas con la diestra pero luego realizó una faena algo embarullada. Unas manoletinas dieron paso a dos pinchazos, un aviso, media tendida y tres descabellos. Más silencio.
Su segundo tuvo muchos kilos y muy escasa clase. El de Espartinas lo intentó en series cortas, voluntariosas, acompañando la embestida. Terminó con un pinchazo y una casi entera contraria y habilidosa, y un descabello, que permitieron que sonase un aviso y el silencio desde los tendidos.
Festejos taurinos Pamplona, S. XIX