Los utreros de Gervás resultaron deslucidos y los rejoneadores fallaron reiteradamente a la hora de matar.
Ganado. Cuatro utreros de Germán Gervás, desiguales, algo terciado el tercero, muy gachos y de juego deslucido por faltos de codicia, salvo el cuarto, que tuvo algo más de movilidad.
Rejoneadores.
Sergio Domínguez: saludos desde el tercio y silencio.
Rubén Sánchez: silencio tras aviso y silencio.
Presidencia. A cargo de Carlos Balduz, asesorado por Ana Lucía San José y Juan Antonio Burdaspar, cumplió correctamente su cometido.
Incidencias. Tres cuartos de plaza. Tarde soleada y calurosa.
Lo mejor de la tarde fue que se lidiaron cuatro novillos porque si el festejo llega a ser de los de seis… El público acudió a la plaza con ganas de divertirse y la abandonó desilusionado, bastante aburrido. Cierto es que la materia prima no sirvió para el lucimiento. Pero no lo es menos que la pareja de caballeros tuvo que hacerlo mejor, sobre todo el primero por su veteranía. Además, estuvieron muy desafortunados a la hora de matar. El resultado, una tarde tediosa, para olvidar lo antes posible con el fin de no guardar resentimiento alguno con el rejoneo.
La novillada de Germán Gervás no gustó ni en presencia. Utreros bastante despuntados, muy gachos, salvo el tercero, y alguno de fea cuerna. Respecto al juego, mansos todos, carecieron del motor necesario, de la codicia mínima para transmitir ciertas dosis de emoción. Salvo el cuarto, se emplazaron, embistieron a arreones y buscaron las tablas, defecto que obligó al peonaje a trabajar en exceso y que alargó el festejo más de lo debido.
La mano de obra defraudó asimismo, más la primera en actuar que la segunda, por sus años de experiencia. Domínguez, apreciado en Navarra, puntuó a la baja. No fue el de otros años y acabó enfadando algo al público cuando intentaba acabar con el segundo de su lote.
Estuvo aseado, demasiado, frente al que abrió plaza, que se emplazó en los medios y tuvo escasa movilidad. El riojano comenzó bien, castigando al utrero con dos rejones muy reunidos en lo alto. En banderillas, no se quiso complicar la vida y se limitó a clavar al cuarteo. Intentó lucirse con unas piruetas que no llegó a concluir porque el toro no colaboró lo más mínimo a tal suerte. Y, tras esta discreta labor, mató mal, de pinchazo, rejón y dos descabellos. En respetuoso silencio, salió a saludar y después sonó la ovación, cuando debe ser al revés: primero la ovación y después el saludo.
El tercero mostró algo de celo de salida pero al segundo tercio llegó ya parado y luego se limitó a pegar arreones. En tal situación, el calagurritano tardó demasiado en clavar los palos, siempre cuarteando, y la cosa se puso algo pesada. La suerte final fue una sucesión interminable de pinchazos, que llegó a enojar a parte del paciente público peraltés.
Sánchez, por lo menos, puso más ganas, aunque castigó en exceso a su lote, de salida, con tres rejones. Ante su primero, intentó a emular al maestro estellés en banderillas pero su toreo se quedó en semi: toreó al estilo Chenel, pero semi de costado y clavó semi al quiebro. Luego, con otra montura practicó un toreo de cercanías, tipo Ícaro, pero con demasiada brusquedad. Frente al cuarto, su trasteo se animó algo al final, con dos palos más que apurados al doble quiebro. Pero luego lo mató tan mal como a su primero. Lo dicho, para no recordar.