El diestro murciano se sinceró en el Club Taurino de Pamplona y confesó que “no he visto nunca ningún encierro de San Fermín en directo”. No perdió el tiempo. A la mañana siguiente tentó en tierras riojanas, en la ganadería de Carlos Lumbreras.
“Venir a Pamplona es para mí venir a una parte de mi corazón. Es la ciudad que llevo dentro, es la plaza que más me ha dado en mi carrera. En 2007 me dieron la oportunidad de torear aquí. Esa tarde me dio mucho. No corté orejas porque no estuve acertado con la espada. Me repiten al año siguiente y consigo una oreja. Aquí lo he vivido todo, el triunfo, pasar mucho miedo, pues sale el toro muy serio y la afición es exigente y, por otro lado, lo que sucedió en 2019, un día en el que pudo acabar todo. Pero me pilló en esta ciudad, con un magnífico equipo médico, con el doctor Hidalgo al frente, que me salvó la vida”, aseguró Rafaelillo en el Club Taurino de Pamplona, que está celebrando sus setenta y cinco años de vida.
El 14 de julio de 2019 fue un día que jamás olvidará. “Lo del 2019 fue un volver a empezar de mi vida profesional y sentimental”. Ese día, recibió al cuarto de Miura con dos largas cambiadas de rodillas. Al iniciar su faena, de rodillas en el tercio, fue arrollado en el primer muletazo, estrellándole de manera violenta contra las tablas y allí le volvió a empitonar con dureza. Atendido en el callejón y con ostensibles gestos de dolor, fue trasladado a la enfermería.
Según el parte médico, sufrió una cornada envainada en “hemitórax izquierdo con enfisema subcutáneo, múltiples fracturas costales, hemotórax e inestabilidad hemodinámica. Tras ser atendido en la enfermería, fue trasladado al Complejo Hospitalario de Navarra. Pronóstico, grave”. Tras permanecer varios días en la UCI, recibió el alta hospitalaria el 26 de julio. Y ese mismo día, en rueda de prensa, recordó el percance y, emocionado, agradeció de corazón el trabajo de los médicos que le atendieron.
Más o menos al recordar su percance, interrumpió sus palabras, se levantó y se fundió en un sincero abrazo con Ángel Hidalgo, jefe del equipo médico de la plaza de toros, que le atendió aquel día y que acababa de llegar al salón donde se llevaba a cabo la charla. El torero no pudo evitar emocionarse.
Hidalgo, traumatólogo de profesión, fue claro. “No tenía el gusto de conocerlo hasta que lo atendí en la enfermería. Con el tratamiento que le dimos en la enfermería, además de solucionar algo la papeleta, pudimos conocer a una gran persona. Al final, que un torero te diga que el médico que lo ha tratado es su amigo, supone un orgullo y un honor”, afirmó el médico.
Rafaelillo, por su parte, regresó al pasado más cercano, a su última y triunfal actuación en San Fermín. “El año pasado fue maravilloso. Tras la cogida, no sabía cómo iba a reaccionar, a quedar. Mi duda era que, cuando volviese a Pamplona, si iba a ser capaz de torear, de superar todo lo vivido. Fue un regalo de la vida. Con toros de La Palmosilla, triunfé. Le di gracias a Dios por haber vuelto a torear. Aquí pudo acabar todo. Vine feliz, saludé al equipo médico, y nunca tuve una sensación de angustia, vi que había superado esos segundos interminables de la cogida. Ese fue mi mayor regalo y ése fue mi mayor triunfo, pese a esa puerta grande del día siguiente. Dos orejas al primero, una al segundo, de una gran corrida de La Palmosilla”.

Emocionado, Rafaelillo besó la imagen de San Fermín con la que le agasajó el Club Taurino de Pamplona.
Preguntado por su opinión sobre el encierro, el matador de toros murciano ofreció una peculiar respuesta. “Desde que toreé en Pamplona en 2007, con el miedo que paso, intento dormir mucho para no desgastarme y pensar demasiado. No he visto ningún encierro de San Fermín en directo. El primer año me desperté a las ocho menos cinco. Pensé que, si lo veía, con lo grandes que son los toros, era capaz de coger el coche y marcharme para Murcia. No he sido capaz de ver el encierro en directo. Ese día, al final, seguí durmiendo y me desperté a las once y pico, poco antes del sorteo”, indicó el diestro.
Por último, tuvo un detalle repleto de sinceridad y generosidad. “Vestí el año pasado de azabache y lila. El nazareno y oro, el de la cogida, no me lo he vuelto a poner. No soy capaz de ponérmelo. Ese traje, por todo lo que le debo a Pamplona, me gustaría donarlo a la ciudad. No es más que una pequeña manera de devolver todo lo que me ha dado esta ciudad”, concluyó el murciano.