NAVARRA TIENE UN NUEVO MATADOR DE TOROS O EL TRIUNFO DE LA HUMILDAD

Vuelta de Francisco Expósito el pasado lunes en Sangüesa, con su dos hijos, Thiago en brazos y Manolito. Fotografía: Manuel Sagüés.

12 de septiembre de 2002. Fecha para la historia taurina de Sangüesa –nunca su plaza había acogido una ceremonia de alternativa- y para la de Navarra: a partir de esa tarde, había que contar un matador de alternativa más, el décimo séptimo navarro, el décimo cuarto de los de a pie y el quinto procedente de Pamplona, tras Victoriano de la Serna, Lalo Moreno, Francisco Javier Martínez ‘Paquiro’ y Edu Gracia.

A Francisco Expósito le acompañó la suerte esa tarde, ésa que nunca viene mal. Su primer toro, el negro Testarudo fue el soñado para cualquier alternativa, por su nobleza, su repetición, su fijeza. Y el pamplonés estuvo a la altura del primer toro de su trayectoria. El público, entregado, pidió con pasión una oreja y el palco –muy atinado- tuvo que concederla.

Pero lo mejor estaba por llegar. Salió el sexto, un bonito colorado llamado Lirón. De salida fue algo desconcertante hasta que el toricantano lo cuajó con un ramillete de verónicas, repletas de temple, quietud y, sobre todo, de gusto. Tras las banderillas, se llevó al toro a contraquerencia y en ese terreno comenzó a elaborar una gran faena, por ambos pitones, con temple y mando, sabiendo siempre lo que hacía, disfrutando del momento, con una tranquilidad inaudita, incomprensible, y más para ser el segundo toro de su historia.

La plaza vibraba, en sol y en sombra. Matadores de toros como Lalo Moreno, Sergio Sánchez y Francisco Marco, banderilleros como Manu Rodríguez y Pablo Simón, y becerristas como Pablo Hernández y Nabil ‘El Moro’, todos navarros, observaban perplejos y emocionados el discurrir de la memorable faena. El toro fue a más y el torero, también. Llegó un momento que se dejó ir, plena inspiración, puro arrebato y sacó lo mejor de su toreo, con gusto, mucho pellizco y varias dosis de pinturería.

Algunos pensarán que exagero. Se equivocan. Nunca había presenciado en una plaza de toros tanta emoción y tantas lágrimas, fruto de esa emoción no contenida. Expósito se había expresado con su toreo. Salió a hombros, sí, pero, sobre todo, cumplió un sueño.

Expósito tiene 42 años. Tras celebrar el triunfo con su familia, al día siguiente cumplió su turno en Volkswagen, donde trabaja desde hace años. Padre de dos hijos, quiere con locura a su esposa, Patricia, a quien brindó ese sexto toro. El amor es recíproco. Terminado el festejo, ya fuera de la plaza, ambos se fundieron en un profundo abrazo, repleto de lágrimas, masculinas y femeninas.

Alguien que sabe mucho del toro bravo me dijo que Navarra se había perdido un gran torero. Tenía razón. Ahora todos son amigos de Expósito, hasta los que dudaron de que tuviese el número de novilladas exigidas. Pero nadie apoyó al pamplonés cuando tenía 20 años, cuando podía haber dicho mucho en este complicado mundo de los toros.

Sin embargo, Expósito nunca se abandonó. Siguió preparándose para las oportunidades que pudieran seguir. Y, al final, su fe en sí mismo le llevó a poder doctorarse. ¿La clave? Pues que dentro de ese gran torero que es vive una gran persona, de muy buena pasta. Expósito no puede tener enemigos. De carácter servicial, si puede ayudar a alguien, lo hace, y además con esa sonrisa tan característica de él. Siempre ha sabido sobrellevar los malos momentos y disfrutar de los buenos ratos, que los ha habido y muchos.

El triunfo del lunes no cambiará su personalidad. Sabe dónde tiene el trabajo y que la familia es lo más importante de su vida. No por ello renuncia a torear; lo que tenga que venir, vendrá. Mientras, seguirá viviendo con la humildad por montera, soñando con triunfos imposibles, que nunca llegarán, o sí. Quién sabe. Hasta entonces, que la vida le siga sonriendo. Se lo merece.

This entry was posted in Actualidad and tagged , , , , , , , , , , , , , . Bookmark the permalink.

Comments are closed.