Decepcionante encierro de Zahariche, al que Dávila le cortó la única oreja, última de la feria. Imágenes: Diario de Navarra y Enfoque Taurino.
Ganado: Seis toros de Miura, bien presentados, que cumplieron en varas, nobles unos e ilidiables otros, todos con una manifiesta y preocupante falta de fuerza.
Diestros. Rafaelillo (saludos desde el tercio y vuelta al ruedo tras petición), Eduardo Dávila Miura (oreja y saludos tras dos avisos) y Javier Castaño (vuelta al ruedo tras petición y palmas de despedida).
Presidencia: A cargo de Aritz Romeo, asesorado por el veterinario Jesús María de Andrés y por Josetxo Gimeno, correcta salvo en la concesión de trofeos; en esta faceta, desconcertante, por conceder una oreja del segundo y negar una del tercero y otra del cuarto.
Incidencias: Lleno aparente. Tarde soleada y agradable. Dávila Miura reapareció para lidiar esta corrida, quincuagésima de Miura en la Feria del Toro. Fernando Sánchez saludó montera en mano tras banderillear al sexto de la tarde y último del ciclo sanferminero.
Se acabó lo que se daba, que, en diez días seguidos de toros, no ha sido poco. Las ‘bodas de oro’ de Miura en la Feria del Toro quedaron deslucidas por la falta de fuerza del encierro de Zahariche, que tuvo algún ejemplar cercano a la invalidez, como el tercero, que no quiso otra cosa que descansar sobre la arena pamplonesa.
El encierro miureño puso de manifiesto que el preocupante problema de la falta de energías atañe a todo el campo bravo español. Recordar como peleaban en varas hace veinte años y ver cómo lo hacen ahora, genera tristeza, automáticamente. En aquella época, no extrañaba ver picadores descabalgados. Ahora, sin embargo, provoca pena ver a un miura derrumbado al contactar con el peto.
Dicen que tan mítica ganadería se ha endulzado con un semental de Torrestrella, buscando un producto más dócil, más toreable. No sé si esto será cierto, pero por lo que se puede apreciar en diferentes ruedos, últimamente los encierros miureños resultan mucho más toreables, mucho menos problemáticos. Hasta ahí, vale. Lo negativo de esta historia es que se antojan más débiles, incapaces de imponerse, como antes, a ese muro que forman caballo y picador.
Y si el encierro de ayer cumplió en varas, no lo hizo en el último tercio. En él, hubo toros que no admitieron un pase y otros que sí pero doblando las manos, otrora símbolos del poderío de una admirada estirpe de bravo.
En tal situación, el más afortunado del sorteo fue el sobrino de los ganaderos sevillanos. A su primero, lo toreó, sobre todo, con la diestra. El mayor mérito del espada que reaparecía fue mantener en pie al noble astado, que careció de las fuerzas necesarias. Dávila Miura realizó un trasteo que no pasó de voluntarioso y en el que no existió la ligazón deseada.
Sin embargo, mató de una estocada que impactó en el gran público. Petición ruidosa y concesión de oreja, primera y única de la tarde, y última de la feria.
Y es que, a diferencia de los días anteriores, ayer se mató bastante bien. Salvo el quinto, los demás toros, un total de cinco, doblaron de otras tantas estocadas; y además las tres primeras fueron bastante buenas.
Retomando a Dávila Miura, su segundo, que cumplió en varas, lució los pitones escobillados. El sevillano lo toreó con la diestra, seguro, muy confiado. El toro se dejaba hacer, parecía fácil, pero sorprendió al diestro y le cazó, aunque sin mayores consecuencias. En un determinado momento, tuvo posibilidades de puerta grande. Sólo le quedaba matar bien para cobrar otro trofeo, el que le abría la puerta grande. Pero no acertó con el estoque y el panorama cambió; se barruntó que el diestro podía recibir los tres avisos y que el toro podía volver vivo al corral, ya que, tras un pinchazo, se puso muy difícil para matar por andarín. Dávila demostró que la veteranía es un grado, pese a no poder reverdecer laureles. Un certero descabello le ayudó a respirar tranquilo. El duro trago de Pamplona había concluido.
Esforzados
Rafaeillo y Castaño no tuvieron tanta suerte en el sorteo. Con sus respectivos toros, no pudieron hacer otra cosa que pelearse con ellos. Cuatro trasteos de entrega, de esfuerzo, que pudieron tener recompensa por parte de un público que pidió trofeos. El palco no lo vio así y no los concedió. Una pena. Los tres diestros dieron ayer la cara y, por ello, merecieron similar suerte, esa caprichosa que tan pronto viene como se va.