Cortó una oreja a un toro de Fernando de la Mora y otra al bravo segundo de su lote, de Los Encinos, premiado con arrastre lento.
Ganado: Cinco toros de Fernando de la Mora, el primero, bueno, para rejones, y uno de Los Encinos, cuarto, también para el rejoneo, muy bravo, premiado con arrastre lento.
Toreros: Pablo Hermoso de Mendoza (oreja en ambos), Arturo Saldívar (silencio y oreja) y Fermín Espinosa “Armillita” (palmas y silencio).
Lugar y fecha: plaza de toros Coliseo Yucatán de Mérida, estado de Yucatán (México). 1 de marzo.
Incidencias: Tres cuartos de plaza. El caballero navarro debutó en el Coliseo Yucatán y salió a hombros.
Pablo Hermoso de Mendoza completó el domingo pasado un fin de semana triunfal: tres actuaciones y otras tantas puertas grandes. La última en Mérida, localidad en que la ya había toreado pero no en su Coliseo Yucatán, donde se presentó, un moderno escenario con una superficie de 81.200 metros cuadrados, con capacidad para diez mil personas, que alberga los más importantes eventos culturales y deportivos de esta península mexicana.
Al que abrió plaza, un buen toro de Fernando de la Mora, le realizó una lidia de perfecto conocimiento de terrenos y distancias, lidia iniciada con Chacmat y proseguida, en banderillas, con la clase de Duende y la valentía de Habanero, que puso a prueba los cimientos del citado coliseo en dos banderillas temerarias, dando todas las ventajas al toro y ejecutando después unas espectaculares piruetas que fueron coreadas. Con la salida de Pirata, la faena creció más, por la rueda de cortas y por dos pares de banderillas a dos manos, seguidos de adornos y desplantes. El maestro estellés terminó con un rejonazo hasta la empuñadura. Hubo petición de dos orejas pero el palco sólo concedió una. Pese a ello, lo mejor estaba por llegar.
El cuarto, llamado Montejo, un ejemplar de bella lámina e imponente trapío, un señor toro, hondo, serio, cuajado, con una romana de 588 kilos, ya gustó de salida. Sin embargo, lo mejor lo portaba en sus adentros, un derroche de bravura con recorrido y clase, al que Churumay llevó encelado en largos galopes hasta que lo dejó atemperado. Con tal condición, se esperaba un gran tercio de banderillas y así fue. Disparate protagonizó una lección inolvidable de toreo, ante un toro que se venía arriba y que embestía sin descanso, siempre con mucha calidad y transmisión. De este modo, se sucedieron los galopes a dos pistas, las hermosinas, las piruetas y los remates, todo ello ante un público ya enloquecido. Este castaño, hijo de Gallo, fue despedido con una gran ovación. Viriato tomó su relevo e inmediatamente se enroscó con el de Los Encinos y lo llevó enganchado prácticamente a su cuerpo, en un toreo de mínimas distancias. A esas alturas, Montejo mantenía todavía fuelle para ofrecerle pelea a Pirata, una montura que disfruta ante este tipo de toros. Así las cortas, sin solución de continuidad, fueron emocionantes, como lo fue un par a dos manos, todo un ejemplo de temple. El toro era merecedor de indulto; sin embargo, el público no presionó a la autoridad para que lo concediese. Y la faena, digna de rabo, pero el rejón de muerte encontró hueso en el primer intento y quedó enterrado en el segundo. Ello hizo que el premio se redujese a un trofeo, oreja que no lució el bravo Montejo en su lento arrastre.