«El que no sabe, que vaya a la escuela». Lo declaró Pablo Hermoso de Mendoza después de su actuación en Pamplona, el 6 de julio. Armendáriz salió a hombros. El maestro, a pie. Ese día, al toro que abrió plaza le realizó una faena magistral, de dos orejas; pero pinchó, de acuerdo. Por ello, por lo menos, el público debía haber pedido un trofeo. Nada de eso. Se desentendió y sólo se oyeron unas tímidas palmas. Completamente injusto.
Lo mismo sucedió con el otro estellés, el de a pie, con Francisco Marco. Pinchó su buena faena al segundo de Dolores Aguirre; mereció una ovación, incluso una vuelta al ruedo; nada de eso; el público guardó irrespetuoso silencio. Los dos toreros estelleses se merecieron mejor trato.
Y es que el respetable que llena día a día la plaza de Pamplona posee muy pocos conocimientos taurinos. Por ello, pasa de pedir la oreja a, si no se concede, guardar silencio. Sin términos medios: los de una ovación, a la que el diestro corresponde saludando, o los de una vuelta al ruedo. Hubo que esperar hasta el penúltimo toro de la feria, el que hacía el número 47, para presenciar los saludos de un torero; en este caso, los de Luis Bolívar. Y a lo largo de las ocho tardes, no se pidió ni se dio, claro está, una vuelta al ruedo. Un hecho bastante triste, desde el punto de vista de un aficionado.
Por ello, la Casa de Misericordia debería trabajar durante todo el año para avivar la afición, incluso promoviendo cursos de iniciación a la Tauromaquia, por muy descabellada que pueda parecer la idea. Está bien esa historia de ‘toros en familia’ y demás; pero mejor sería recuperar los festivales matinales con muerte de astados; sí, con muerte, con algo que forma parte de la vida y que algunos se empeñan en esconder. Y debería abrir la plaza durante el año a jóvenes y no tan jóvenes para que presenciasen tentaderos, clases de toreo… Eso sí es fomentar la afición. Promover un par de actividades durante diez días de julio no es más que un lavado de imagen.
Y la misma función debería llevar a cabo el Club Taurino de Pamplona; primero, formando taurinamente a sus propios socios; segundo, acercando el mundo del toro a lo más pequeños, invitando a los colegios a presenciar marcas y tientas de ganado.
Y, si no, pasa lo que pasa. Se entiende que la empresa no quiera dejar sus premios desiertos. Pero que el taurino pamplonés haya premiado a un toro, a una corrida que no se picó, da que pensar. Si ya no le concede tampoco importancia a la suerte de varas, apaga y vámonos. Bueno, como ha sucedido en esta feria, se está creando una nueva categoría de festejos; como hay novilladas con y sin picadores, pues, adelante, demos paso a las corridas de toros picadas y sin picar.
La citada suerte, bella y básica, está en peligro de extinción. Aficionados, ganaderos incluso, han dejado de darle importancia, para concentrarla en el último tercio, en la muleta, en esas faenas largas, repletas de estética, pero la mayoría de las veces cómodas e insípidas. El gran público no ve con buenos ojos que el varilarquero pique al toro; prueba de ello, es que bastantes suelen pitar cuando se ejecuta la suerte.
Si acaba desapareciendo la suerte de varas sólo será el primer paso para la abolición de muerte de astados, como sucede en el país vecino. Y, sinceramente, si la suerte suprema se prohíbe legalmente, desaparece realmente, esto de los toros no va a interesar ya a casi nadie, ni a muchos que alardean de ser defensores de la Fiesta.
Otro hecho peligroso. La comisión taurina ha aceptado este año la imposición de una ganadería –Garcigrande- por parte de un matador –El Juli-. Delicadísimo paso. ¿Qué hará si el año que viene el madrileño persiste en imponer su ganadería y si lo mismo hacen Perera, Talavante e incluso Fandiño? ¿Ceder o decir que nones? Ella misma tiene la respuesta: feria del toro o feria a la carta; o un híbrido; quién sabe.