ARMENDÁRIZ (y II): “CUANDO TENÍA CUATRO AÑOS LE DECÍA A MI MADRE: ‘PARA QUÉ TANTO COLEGIO, SI VOY A SER REJONEADOR”

Comiendo con 'Duende'. Fotografía: Iván Benítez

Comiendo con ‘Duende’. Fotografía: Iván Benítez

¿Qué significa Noain para usted? ¿Qué siente por su localidad natal?

-Lo es todo. Es mi pueblo, donde he tenido mis buenos y mis malos momentos. Es donde tengo mis raíces. Cuando toreo en Noáin, para mí es la fecha más importante de la temporada. Ese festejo dice muchas cosas: el esfuerzo de un pueblo por innovar, la respuesta, el apoyo de mis paisanos, que suelen llenar la plaza…

¿Y por Navarra?

-Me considero muy navarro. Somos unos privilegiados quienes vivimos en Navarra.

¿Cómo recuerda su niñez?

-La recuerdo a caballo, con mi poni, con Equísoain, con el que viví seis años. Era cabezota y travieso, y la única manera de callarme era montarme en un caballo.

Sin antecedentes familiares, ¿de dónde surgió su afición por el toreo?

-No lo sé. La traía dentro de mí y salió a la luz. Mi madre suele contar que, cuando yo tenía cuatro años, le decía: ‘para qué tanto colegio, si voy a ser rejoneador’.

¿Contó con el apoyo familiar?

-Mi familia me ha apoyado en todo en la vida. Seguro que mis padres pensaron ‘que lo intente y a ver si se desengaña pronto’. Fue todo poco a poco, pero siempre a más, hasta que ves sumido en la dinámica del rejoneo.

Y los estudios, ¿en qué plano quedaron?

-Los estudios quedaron planos. Nunca he valido para estudiar. Pero ahora lo veo necesario, muy importante. Muchas veces los echo en falta, sobre todo a la hora de mostrarme en público, de comunicarme.

En esos primeros pasos taurinos, ¿cómo era mirado por sus paisanos?

-Recuerdo que, desde el principio, he tenido muchos seguidores, que se han desplazado a numerosas plazas para verme torear. Pero nunca me sentí el quijote de Noain, nunca me sentí extraño, ni a mis paisanos les pareció raro.

¿Y actualmente?

-Ahora ven más seriedad en lo mío, siento más respeto profesional de mis paisanos, pero sin ser más que nadie. Me siento querido. En este sentido, he sido profeta en mi tierra.

¿Qué le dicen los siguientes nombres? Empecemos por Tozudo.

-Fue el primer poni que tuve. Hice diabluras con él. Y desde entonces, siempre he tenido ponis en mi casa.

¿Equísoain?

-Mi segundo padre. Me acogió en su casa, me enseñó a montar, a trabajar, a andar por la vida, a ser persona, a no darte nunca por vencido. Una persona muy exigente pero, a la vez, muy agradecida y muy generosa.

En esa etapa juvenil, ¿disfrutó de cuadrilla? ¿La sigue manteniendo?

-Sí, y la mantengo, claro. Ahora bien, la vida de un torero es bastante solitaria e introvertida, por lo que no veo a mis amigos tanto como me gustaría.

Dicen que las madres de toreros son las mayores sufridoras. ¿La suya, Emma Pascual, lo es?

-Sí, llevan todo el peso, sentimental y profesional. Suelen ser más delicadas que los padres, son las que están siempre a la sombra, las que aguantan los genios y las que, cuando llegan los momentos buenos, se apartan a un lado y dejan disfrutar a los demás de lo bueno cuando ellas se han tragado todo lo malo. Así es mi madre.

Su padre, Justino, fallecido hace casi cuatro años, apostó por su profesión. Le seguía por todas las plazas. ¿Cómo le recuerda?

-Sigue siendo mi vida. Siempre estaba conmigo, a mi lado. Ha sido mi amigo. Se me saltan las lágrimas cuando hablo de mi padre. Ojalá estuviera aquí.

Y para completar la familia, sería injusto olvidar a su hermano Justino.

-Es un todoterreno, el motor de la familia. Hace de todo: mozo de espadas, mozo de cuadra, asesor, economista… Sin él, yo no podría funcionar. Es una persona muy discreta, siempre está a la sombra, no le gusta alardear. Un gran trabajador y una persona a la que, moralmente, necesito a mi lado.

Sin embargo y en este sentido familiar, ahora que acaba de cumplir treinta años, ¿no se le está pasando el arroz? No al profesional, al sentimental me refiero.

-No… Es algo a lo que no le doy mucha importancia. Estoy muy centrado en mi profesión, y lo que tenga que llegar, llegará.

¿Es supersticioso?

-Mucho. No sé si son supersticiones o manías. Al ser una persona muy miedosa, si me dicen pon esto así o de ese otro modo, lo hago, por si acaso. Y en el toreo, tengo mi capilla, con una foto de mi padre, siempre dejo la luz encendida de la habitación del hotel, me visto empezando por la derecha y, cuando llego a una plaza, lo primero que hago es ir caminando al ruedo, aunque ya lo haya visto por la mañana. Y antes de saltar el toro a la arena, le hago una cruz al caballo en el cuello y me toco un collar que llevo.

Y siguiendo con la suerte, buena o mala, ¿sabe que comparte con Miguel Indurain el día de nacimiento, el 16 de julio? ¿Fecha de triunfadores?

– Sí, lo sabía. Nací el mismo día que un grande de Navarra y un grande del deporte. A ver si se me pega algo.

¿Hasta cuándo cree que seguirá rejoneando?

– Hasta que no pueda subirme a un caballo. La pasión por el caballo nace y muere con uno.

Pese a su juventud, ¿ha pensado ya en alguna ocasión a qué se dedicará después?

-Lo he pensado muchas veces. Pero siempre he visto mi vida orientada a los caballos. En realidad, es que no sé hacer otra cosa. Fuera de los caballos, soy bastante torpe para todo.

-¿Puede comprender su futuro sin caballos?

-Imposible. Si me dicen que no puedo volver a ver un caballo o tocarlo, haría una locura. No puedo entender mi vida sin un caballo.

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