Lo ha hecho como de paso, a la chita callando. En el fondo, con premeditación y alevosía. El Ayuntamiento de Pamplona ha echado una de las últimas paletadas sobre la tumba de los festivales camperos de las mañanas de San Fermín.
Comenzó a enterrarlos hace tres o cuatros años, cuando, al parecer a raíz de una denuncia ciudadana –sólo una, pero debía ser muy importante-, decidió que estos festejos se celebrasen sin muerte de los astados, y, omnipotente, lo hizo sin consultar a nadie.
Para las próximas fiestas, su última decisión roza la desfachatez. No sólo reduce un 68% del presupuesto para esos dos festejos sino que además hace historia y decide cobrar un euro por entrada. ¡Qué descaro!
Tal medida se podría llegar a entender si el consistorio hubiese anunciado un incremento del presupuesto para apostar por esas dos citas taurinas matinales y dotarlas de más calidad pero no con la reducción de casi tres cuartas partes de los dineros destinados a ellas. Y encima pretende que las buenas gentes pasen por taquilla. Pura infamia.
Hasta ahora, en los últimos años, acudían a cada una de esas fiestas camperas un mínimo de cinco, seis mil personas (hagan cuentas de lo que desean recaudar las arcas municipales). Madres y padres iban a la plaza con sus hijos para echar un rato de la mañana, para que sus pequeños descendientes disfrutasen viendo toros y caballos –algo que la mayoría jamás había visto- y porque, algo muy importante, y más en estos tiempos de apretado cinturón, eran gratuitos. Por otro lado, los dos festejos suponían una pequeña oportunidad para jóvenes promesas del toreo navarro y también para los ganaderos de bravo de esta tierra. Al fin y al cabo, se trataba de torear o lidiar en la plaza de Pamplona, lo que no es moco de pavo; al contrario, todos ellos eran conscientes de que muchos ojos les estaban observando e, incluso, examinando.
El Ayuntamiento pamplonés debería mostrar más sensibilidad en esta materia, y no tanta desvergüenza, y aprender de Zaragoza y de sus fiestas dedicadas a la Virgen del Pilar. En esos días de octubre, la preciosa plaza maña de La Misericordia acoge por las tardes su feria taurina, una de las últimas de la temporada. Pero, por las mañanas, en todas, se programan festejos populares (roscaderos, recortadores, anillas…). De este modo, ha creado una segunda feria, que atrae a numerosísimas personas por la calidad de los espectáculos.
Todo parece indicar que desde el consistorio no existe interés alguno por estos festejos, que se los quiere quitar de encima, que desea poner fin a esta cita taurina tradicional, sí tradicional, y popular asimismo. Que lo haga. Que saque a concurso al mejor postor estas dos mañanas sanfermineras, que siempre habrá algún empresario que trabajará para volver a dotarlas de dignidad, de interés para pamploneses y foráneos. O que las ceda a la Meca o a las Hermanitas de las Pobres para que hagan lo mismo, sacarlas a concurso.
Pese a que no le gusten a más de un concejal, esas dos fiestas camperas forman parte de la programación cultural de San Fermín. Los toros ya no son cuestión de Interior sino de Cultura, aunque a algunos pseudoprogres les escueza y se sigan creyendo tolerantes.