OLIVA SOTO CORTA DE ‘MATACHINCHES’ LA ÚLTIMA OREJA DE LA FERIA

Derechazo de Oliva Soto al bravo ‘Matachinches’, que embistió haciendo el avión. Fotografía: Galdona.

Espectacular encierro de Sobral, por sus hechuras, que puso en entredicho a alguno de los diestros.

Ganado: Seis toros de la ganadería Sobral, bien presentados, de varias capas y espectacular estampa, en puntas, de juego dispar, con dos aplaudidos en el arrastre, el tercero y el cuarto. El primero, inédito; el segundo, reservón; el tercero, bravo y noble; el cuarto derribó en varas; el quinto, aparentemente reparado de la vista; y el sexto, de poca fijeza.

Toreros: Serafín Marín (pitos en ambos), Emilio Serna (silencio tras aviso y saludos tras aviso) y Oliva Soto (oreja y silencio tras aviso).

Presidencia: A cargo de Pablo Lacunza González, asesorado por Andrés Baztán y por el veterinario Antonio Puig, tomó riesgos al apostar por mantener al quinto toro en el ruedo, que presentaba indicios de estar reparado de la vista.

Incidencias: Más de media plaza. Calor sofocante hasta la entrada del cierzo en el quinto. Tras banderillear al segundo toro, saludó montera en mano Tiago André Santos, de la cuadrilla de Serna.

Matachinches, qué nombre más peculiar para un toro, tuvo que ser durante cinco años uno de los toros más guapos del cercado. La presencia en la plaza de Gorka Azpilicueta, reputado especialista en imágenes del campo bravo, parecía barruntarlo. En el orden de lidia era un toro cárdeno claro botinero, en la plaza un astado blanco pero ni jabonero ni ensabanado.

Tuvo suerte el animal en el sorteo, pues si llega a caer en manos de Serafín Marín (p’a qué me anuncian, si saben cómo me pongo) su paso por el ruedo hubiera sido efímero. Pero el papel de fumar del sorteo lo puso en manos de Oliva Soto, al que por lo menos las ganas no le flaquearon en ningún momento de la tarde.

Bien lidiado por Montoya, de la cuadrilla del camero, recibió sólo un puyazo y se libró de la destrucción masiva desde el peto al que sometieron a varios de sus hermanos. Tras un paso rápido por el tercio de banderillas, Alfonso Oliva lo sacó a los medios doblándose por bajo antes de comenzar una faena de ganas, que fue de menos a más, con pellizco, pero también con muy pocas apreturas.

Así que el público de Tafalla superviviente al termómetro y al bochorno supo calibrar el alcance del trabajo de Soto: una oreja para el sevillano que había matado de estocada y una fuerte ovación para Matachinches que, guapo por fuera, resultó bravo y noble en su comportamiento en el ruedo.

Este fue el momento más dulce de un festejo que tuvo tramos en ocasiones amargos. Serafín Marín agotó hace mucho tiempo el tarro del valor, la afición e incluso la vergüenza torera. Perpetró un toricidio con el astado que abría plaza machacándolo en el caballo con dos puyazos fuertes y alevosos.

Fundido el toro, llegó al tercio de muleta con pocas oportunidades de lucimiento, que tampoco le hubiera dejado tener el matarife de Montcada i Reixac. Serafín, perdido e indolente, lo fulminó en dos estocadas sin recordar en su desidia ni a ganaderos, empresa ni sobre todo al público que paga la entrada. No debiera de vestirse más de torero Serafín, por no hacer más daño a su nombre. Como tampoco debiera ser anunciado más en Tafalla. Con dos petardos consecutivos ya basta.

Emilio Serna se pelea con el quinto, ‘Juguetón’, número 9. Fotografía: Galdona.

Quien sí demostró tener afición y ganas fue Emilio Serna. El matador murciano, hecho en el Perú, era la presencia más exótica en los carteles de este año. Aunque contagiado por las prevenciones de Serafín, mandó picar a su primer toro en dos fuertes puyazos, para banderillas el tranco del toro mostraba que la escabechina no había sido tanta.

El banderillero portugués Tiago André colocó los pares de la feria y dejó al toro Gallo en manos de la muleta del matador. Serna no pareció tener los recursos muleteros que predicaban sus triunfos peruanos, pero peleó con todas sus armas por estar a la altura del compromiso. Con hechuras de torero de los años 80, el murciano se atascó con los aceros en sus dos toros.

También en el quinto astado, que generó revuelo en tanto en la arena como en los tendidos por aparentar ver muy poco por el ojo derecho. En las distancias cortas, Serna supo torearlo a pitón cambiado, cruzado y colocando la muleta en la zona de visión izquierda del toro. La estrategia resultó.

Oliva Soto quería una foto saliendo por la puerta grande. Brindó a las peñas el sexto, pero a esas alturas estaban fritas y fritos sobre la piedra del tendido.

No hubo foto de puerta grande, pero la belleza de Matachinches la suplió con creces.

Información de Pascal Lizarraga, publicada en diariodenavarra.es

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