OCTAVA CORRIDA DE LA FERIA DEL TORO. CRÓNICA. «MIURAS APAGADOS»

Jiménez Fortes cortó la última oreja de la tarde y de la feria.

Jiménez Fortes cortó la última oreja de la tarde y de la feria.

El malagueño Saúl Jiménez Fortes cortó la única oreja con accidentadas dosis de valor.

Ganado: Seis toros de Miura, bien presentados, nobles, apagados y deslucidos, salvo el dócil tercero, que embistió humillado por el pitón derecho y fue aplaudido en el arrastre. El quinto, por el contrario, fue pitado.

Rafaelillo: vuelta tras petición minoritaria de oreja y silencio.

Javier Castaño: silencio en ambos.

Jiménez Fortes: oreja tras aviso y silencio.

Presidencia: A cargo de Ana Lezcano, asesorada por César Fernández y Josetxo Gimeno, cumplió sin problemas su cometido, aunque debió devolver al corral al quinto.

Incidencias: Lleno aparente. Tarde nublada y calurosa. Los subalternos David Adalid y Fernando Sánchez saludaron montera en mano tras banderillear al segundo y al quinto. Castaño sufrió una herida superficial en la cara tras entrar a matar al quinto de la tarde.

Sólo el hecho de contemplar los miuras produce satisfacción y retrotrae al siglo XIX, a tiempos románticos en los que Cúchares y más tarde Lagartijo y Frascuelo, por citar algunos, lidiaban y estoqueaban toros de Carriquiri, Díaz, Poyales, Lizaso… de ganaderías navarras, de merecido prestigio, que vivieron una auténtica época dorada en la historia del toreo.

Los miuras obligan a pensar en un pasado, en un toro de otro tiempo, que ya sólo encuentra huecos, como los de Pamplona o Francia, para competir en tiempos del toreo moderno con esos toros, más modernos todavía, que permiten, con docilidad y pocas fuerzas, faenas de cientos de muletazos, en las que la estética pasa por encima de la emoción hasta aplastarla.

Los de ayer no permitieron ese tipo de faenas, ni falta que hace. Pero tampoco dejaron alto el pabellón ganadero. En general, todos fueron muy a menos, y los dos últimos a peor, hasta desparramar la vista, con el consiguiente peligro para la integridad de la mano de obra. Otros fueron toros para lidiar, no para hacer faena ni recibir decenas de mantazos.

Así lo entendió Rafaelillo, que se peleó con el que abrió plaza, un toro que punteaba por el derecho y que no tuvo un pase por el otro. El murciano logró ejecutar, incluso, algún derechazo de buen corte. Mató de una buena estocada, lo que hizo que se agitaran pañuelos pero no suficientes. Y algo parecido le ocurrió con el cuarto, al que bregó con tintes de vieja usanza.

Castaño, por su parte, tuvo que pechar con el peor lote. A su primero lo toreó por ambos pitones sin lucimiento, aunque dibujó un par de naturales largos. El quinto fue una auténtica negra mole, cargada de mansedumbre. La segunda vara le hundió en la arena y después fue un toro derrengado, que perdió varias veces las manos. La presidencia debió mostrar el pañuelo verde, pese a que nadie pidiese la devolución.

Fue un toro inválido al que el leonés le robó muletazos por ambos pitones pero sin ligazón, sin posibilidad de continuidad. Sin sentido, insistió tanto que acabó cogido por un ejemplar muy mirón.

Por último, Jiménez Fortes nunca olvidará su primera cita con los miuras. A su primero lo recibió a portagayola y seguidamente sufrió una espectacular cogida; tuvo fortuna; pudo continuar la lidia ante el noble ejemplar, que embistió humillado por el derecho. Toreo en redondo, carente de emoción, en una faena en la que faltó acoplamiento y colocación. Pero mató de una gran estocada y cobró premio, algo que no pudo repetir frente al parado sexto.

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