Francisco Marco, Diego Hermosilla y Javier Antón tentaron en Burgos cuatro eralas del ganadero Antonio Bañuelos.
La finca burgalesa La Cabañuela, donde se crían los toros de Antonio Bañuelos, vivió el sábado pasado una jornada campera completamente navarra. En su coqueta plaza de tientas y en una tarde soleada y agradable, se llevó a cabo un tentadero en el que intervinieron el matador de toros Francisco Marco y los novilleros Diego Hermosilla y Javier Antón., todos ellos navarros.
Marco fue el encargado de abrir el tentadero. La primera vaca cumplió en el caballo del picador Pedro Iturralde, que cumplió con profesional solvencia su misión. Tuvo nobleza, fijeza, motor y duración y en la embestida aunque le faltó humillar algo más, defecto que fue corrigiendo a lo largo de la lidia; una muy buena erala, con calidad pero exigente a la vez. El estellés estuvo muy centrado con ella, sereno y templado, y disfrutó toreando ante ella en una faena muy larga y variada, por ambos pitones, basada en la firme quietud y en la que incluso llegó a adornarse; trasteo de más de doscientos muletazos, en la que la vaca, que acabó humillando, jamás perdió su fijeza ni hizo intento alguno de rajarse.
A la cuarta, de menos calidad y distraída a la salida de las suertes, el estellés supo sacarle todos los muletazos que tenía, en una labor de tesón. La entendió perfectamente y se impuso claramente a la materia prima.
La segunda, más chica, atesoró mucha calidad, lo que permitió lucirse a Hermosilla. Algo blanda inicialmente, pero noble y con mucha clase en su embestida, el novillero navarrizado supo darle los tiempos y la distancia que pedía, y de este modo, toreándola con gusto y limpieza, logró que la erala fuera a más, superando la justeza de fuerzas. Así, la llevó muy cuidada, y la toreó despacito, con mucho temple, por ambos pitones.
Por último, a Javier Antón le correspondió otra vaca muy noble, a la que sólo le faltó humillar más. Se sintió a gusto ante ella desde el comienzo de la faena y tiró de repertorio -derechazos, naturales, molinetes…-, en un trasteo que tuvo más continuidad, su mejor momento, cuando el joven de Murchante le bajó la mano y la erala persiguió ciega el engaño una y otra vez.