Es el séptimo que protagoniza a lo largo de su profesión y el cuarto en tierras mexicanas.
Ganado: Dos toros de La Estancia para rejones, primero y cuarto, cinco de Marrón, el octavo de regalo, uno Fernando de la Mora –séptimo, de regalo y para rejones- y otro de Garfias, noveno, también de regalo, de juego desigual en líneas generales.
Toreros: Pablo Hermoso de Mendoza (silencio, silencio y vuelta al ruedo tras indulto), Jerónimo (palmas, silencio y silencio) y Leo Valadez (silencio, silencio y palmas).
Lugar y fecha: Plaza de toros Nuevo Progreso, en Guadalajara, estado de Jalisco. 11 de marzo.
Incidencias: Dos tercios. Por primera vez en el Nuevo Progreso fue indultado un toro por un rejoneador.
La tarde se había puesto cuesta arriba y la afición que pobló en buen número los tendidos de la Nuevo Progreso veía con desencanto que los esfuerzos del centauro navarro no tenían el resultado esperado tanto por las complicaciones del lote que enfrentó como por las fallas con el rejón de muerte. Pablo valoró todo ello y antes de que doblase su segundo anunció el regalo del sobrero, decisión que cambió por completo la historia de esta tarde ya que el estellés le realizó una obra cumbre al astado con el hierro de Fernando de la Mora que se corrió en el séptimo lugar de este festejo que finalmente fue de nueve toros y más de cuatro horas de duración.
Desde que salió por chiqueros Tapatío llenó la plaza con su presencia y llamativa pinta, berrendo en cárdeno, perlino. Tuvo una salida fría, enterándose, pero en cuanto Pablo se hizo con su atención a lomos de Alquimista fue una máquina de embestir y cuya bravura y acometividad fue lucida a la perfección por la maestría del navarro. Viendo sus condiciones el estellés optó por dejarlo con un solo rejón de castigo, reuniéndose de frente con él, dejando entrever ya la emotividad del burel, la misma que se corroboró en una pasada realizada con la bandera, simulando la suerte, que fue toda una pintura.
Fue entonces el turno de Berlín y lo que se vivió con el luso-hannoveriano es difícil de describir, simplemente un éxtasis de toreo con caballo y burel conjuntados y embelesados en una lucha que por momentos llegó a ser coreografía, prodigándose los galopes de costado, con el toro metido en la barriga de Berlín y a la mínima distancia, con la particular interpretación de las hermosinas que hace este gran caballo y con sus insuperables remates por los adentros, todo ante un mar de bravura que iba a más. Fueron tres banderillas sublimes que pusieron literalmente boca abajo a la afición, Pablo abrazó el cuello de su caballo que fue despedido bajo una atronadora ovación y con la gente ya de pie.
Su lugar lo tomó Deco para realizar un toreo más frontal y de cercanías aprovechando las embestidas incansables del de Fernando de la Mora, firmando dos palitroques que mantuvieron el nivel de la lidia y el delirio en los tendidos. Para el final Pablo trajo a Bacano con el que dejó primero tres cortas rítmicas y desplantes en momentos en que la plaza se había llenado ya de pañuelos pidiendo el indulto si bien la autoridad no parecía atender la aclamación popular, Hermoso de Mendoza optó entonces por colocar una rosa y el toro se arrancó de largo, con el mismo ritmo, como si no hubieran transcurrido los más de 20 minutos que llevaba su lidia, lo que provocó que la exigencia del público se incrementara increpando al palco que se mantenía firme en no concederlo, enseguida vino un extraordinario par de banderillas a dos manos, con el toro metido en el estribo de Bacano y este aguantando y toreando con la flexibilidad de su cuerpo, en un pasaje que terminó por volver un manicomio a la Nuevo Progreso, no quedándole más remedio a la autoridad que conceder el indulto, el primero para un toro de rejones que se da en esta plaza, considerada por muchos la más seria y exigente de América.
Tapatío embistió todavía con alegría a los subalternos que lo regresaron a los corrales, donde será curado, esperando que pronto su clase y su bravura sean un revulsivo en la dehesa que lo vio nacer. Entretanto Pablo dio una apoteósica vuelta al ruedo, en la más clara muestra de haber reconquistado a esta afición que por años y diversas circunstancias se le había resistido.
El resto del espectáculo no tuvo el mismo nivel por el juego de los toros, si bien Jerónimo, muy querido en esta plaza, dejó retazos de su artística concepción sobre todo en su primero, y especialmente con el capote y en la apertura de faena, mientras Leo Valadez no tuvo enemigos con los que defender una tarde que caía empicado hasta que el centauro de Estella regalara al sobrero como una forma de compensar la ilusión del público que al conjuro de su nombre mayoritariamente hizo una excelente entrada en el coso de la Calzada Independencia.