–¿Quién le ha dado peores cornadas: el toro o la vida?
-El toro, de la vida no me puedo quejar. Estoy muy satisfecho de mi vida.
–¿El hambre le ha pegado alguna?
-No, tanto como cornada no, aunque sí he pasado mis dificultades en este sentido, sobre todo al principio.
–¿Cuántas ha sufrido de los astados?
-Quince. La primera, en Francia, en Saint Sever, en el gemelo izquierdo, cuando era novillero sin caballos; fue mi bautismo de sangre, en 1994. Ya con picadores, dos años después, un utrero de Alcurrucén me asestó tres cornadas en Arnedo. La más grave, en Estella, una en el triángulo de Scarpa en el muslo izquierdo, en 2006, por un toro de Sánchez Ibargüen. La más molesta, en Madrid, ese mismo año; fueron dos cornadas graves y tuve también un pequeño coágulo en la cabeza; estuve con hormigueo y mareo alrededor de dos años.
–¿Alguna grave de la vida?
-Perder a mi padre y vivir la enfermedad que sufrió durante dos años; fue un puyazo muy duro.
–¿Ha visto de cerca la muerte?
-No he sido consciente de ello, aunque tanto en Madrid como en Estella peligró mi vida.
–¿Son los cirujanos taurinos los ángeles de la guarda de los toreros?
-Sí, desempeñan un importante papel. Es un seguro de vida saber que hay un buen cirujano cuando toreas.
–Se dice que ustedes están hechos de una pasta especial por recuperarse tan pronto de las cornadas. ¿Es cierto o pura leyenda taurina?
-Estamos hechos de carne y hueso, y nos duelen como a todo el mundo. Sí somos muy fuertes, estamos preparados para estas situaciones y lo que antes nos cura es la voluntad de volver a los ruedos, a torear lo antes posible. Las cornadas son accidentes de la profesión y hay que asumirlas.