El valenciano Alberto Gómez, que sustituyó a El Conde, y el gaditano Salvador Barberán se fueron de vacío.
Ganado: Dos toros de Salustiano Galache, de procedencia Urcola, primero y cuarto, y dos de Francisco Galache, de procedencia Vega Villar, bien presentados, no sobrados de fuerza en conjunto, nobles todos, en tono soso, y con más movilidad los de origen Vega Villar, segundo y tercero.
Toreros: Alberto Gómez (silencio en ambos) y Salvador Barberán (silencio tras aviso y bronca tras aviso).
Presidencia: A cargo de Manuel Pérez Berdonces, asesorado por Rosa López y Juan José Caballero, cumplió correctamente su cometido.
Incidencias: Media plaza. Tarde nublada y calurosa Los dos diestros hicieron el paseíllo desmonterados. Gómez toreó en sustitución del mexicano El Conde, que causó baja a última hora. Figuró de sobresaliente Luis Sierra, que no llegó a torear.
Soporífero final de feria el que se vivió, o padeció, en la plaza Cascante. Las ganas de fiesta de los cascantino se fueron truncando a medida que avanzaba el festejo.
Y es que lo que no se pudo sentir en ningún momento fue emoción y sin ella… Los toros no la transmitieron y sus matadores, muy poco rodados, hicieron lo que buenamente pudieron y quisieron.
Los urcola y vega villar de los Galache tuvieron nobleza y poco más. Embistieron, en general, con sosería y en nada generoso recorrido. Los de Salustiano, además, resultaron más parados; bueno, eso el que abrió plaza, porque al cuarto, el más serio y cuajado del encierro, no le dejó ver el matador de turno, que cabreó, bastante, a los pacientes asistentes.
Nada para recordar
Y si los toros dijeron poco, los espadas, menos. Había despertado cierto interés la presencia en el cartel de El Conde, veterano mexicano que, según dicen, ha fijado su residencia en Sevilla. Pero Alfredo Ríos, que así se llama, no llegó a Cascante; presentó un parte de baja y la empresa, pese a estar en Navarra y tener en ella a dos matadores deseosos de vestirse luces -Marco y Antón-, optó por el valenciano Alberto Gómez, que acudió a la cita en la ciudad navarra para cumplir su segundo paseíllo de la temporada.
Y la verdad es que no estuvo mal pero tampoco dijo gran cosa. Se le notó su falta de rodaje, sobre todo ante el segundo de su lote, un toro andarín, que gazapeó y dificultó su lidia. El resultado fue una faena deslavazada, en la que faltó quietud y sobró movimiento. Y es que el valenciano no llegó nunca a confiarse frente a él, y encima no lo mató bien, por lo que el público no tuvo otro remedio que guardar silencio.
Y lo mismo sucedió ante el que abrió plaza, un cinqueño noble, falto de fuerza, que se fue parando a medida que avanzaba la faena. Gómez, tras dos asentadas series de derechazos, sólo pudo ponerle voluntad al trasteo. Mató de una casi entera algo trasera, que no encontró reacción del público.
Respecto a Barberán, es muy difícil que vuelva a pisar la arenca cascantina. Estuvo digno ante el segundo de la tarde, que fue el que más y con mejor estilo se movió. Ejecutó una faena firme con la diestra y con sólo una serie corta de naturales. Tras unos molinetes, dejó una estocada casi entera, de la qu el toro no dobló. Tras una eterna preparación, terminó con un certero descabello; pero para entonces los ánimos de los cascatinos ya se habían enfriado demasiado.
Sin embargo, se volvieron a calentar, y de qué manera, en el cuarto y último de la feria, al que el matador de toros gaditano no lo quiso ni ver. Al serio ejemplar no le pegó ni un muletazo; sólo se dedicó a quitarle las moscas, que fueron a parar al público convertidas en malas pulgas cuando el de Algeciras se fue a por la espada de matar, algo que, por cierto, casi no consigue. La jindama inundó el ruedo y el andaluz ofreció un recital de pinchazos saliéndose de la suerte. La música de viento, el broncazo, se acabó oyendo en varios pueblos riberos cercanos. Eso sí que dio miedo.