EL PALCO LE CIERRA LA PUERTA GRANDE A ROBERTO ARMENDÁRIZ EN SANGÜESA

Armendáriz clava una banderilla al primero montando a 'Delirio'.

Armendáriz clava una banderilla al primero montando a ‘Delirio’.

El caballero navarro y el portugués Palha, que sustituyó a Miguel Moura, cortaron sendos trofeos.

Ganado: Cuatro utreros de José Manuel Sánchez -el tercero con el hierro de Castillejo de Huebra-, correctos de presencia, carentes de codicia pero dejándose hacer, salvo el tercero, un manso imposible.

Roberto Armendáriz: palmas tras petición y oreja con insistente petición de la segunda.

Francisco Palha: oreja y saludos desde el tercio por su cuenta.

Presidencia: A cargo de Marta Sola, asesorada por Agurtxane Jiménez y Javier Pollo, mal, por negar la segunda oreja del tercero cuando la faena realizada la merecía.

Incidencias: Tres cuartos de plaza. Tarde soleada y agradable. Palha toreó en sustitución de su paisano Miguel Moura, que causó baja a última hora. Además, no vistió a la federica, indumentaria propia de Portugal, sino al estilo goyesco, parecido al que suele lucir Hermoso de Mendoza.

Si en la primera de feria los trofeos se regalaron cual festividad de la Epifanía, ayer, por el contrario, el palco los cotizó a precio de barril de petróleo. Hombre, ni tanto ni tan calvo. Lo cierto es que Armendáriz mereció salir a hombros, con las dos orejas del tercero e incluso con otra del primero. Pero la presidencia no lo vio así. ¿Por qué? Vaya usted a saber.

La faena que hizo el rejoneador de Noain al segundo de su lote fue merecedora de doble trofeo. Ahora bien, no la pudo hacer ante un toro bravo sino ante un manso imposible, lo que tiene todavía más mérito. Y es que el navarro le ofreció a ese tercero la única lidia que cabía. El utrero se desentendió de todo; miró al público, al cielo azul, a la barrera, a la carretera que bordea la plaza… pero hizo caso omiso al torero y a sus monturas, y sólo se movió alguna vez para pegar arreones con la intención de cazar, de hacer presa. Ante tal situación, Visir, de salida, sudó tinta para permitir que su dueño clavase un rejón de castigo, con la esperanza de cambiar la condición del manso. No hubo transformación.

Por ello, en banderillas, Armendáriz vio que era imposible clavar con los quiebros de Ranchero y optó, con sabio criterio, por la eficacia de Delirio, que pisó terrenos comprometidos para evitar que el toro echase la siesta al calor de las tablas. Y lo consiguió. E incluso se impuso al manso con varias piruetas, más de mando, de autoridad, que de lucimiento. Con Cristal, el de Noain dejó tres cortas sin respiro y cerca de tablas, y mató de un rejonazo de efectos rápidos. ¿En qué falló Armendáriz?

En nada. Al contrario, ofreció una soberbia lección de cómo se debe lidiar un manso de libro. Claro, la eficacia se impuso al lucimiento. No podía ser de otra manera. Y el rejoneador estuvo muy, muy por encima del utrero, a años luz de tan deslucida materia prima. El palco no lo vio así. Una pena.

Armendáriz mereció también una oreja del que abrió plaza, un toro abanto de salida, con trote cochinero, que en banderillas fue a más y permitió el lucimiento con los quiebros de Grano y Oro, el templado toreo de costado de Prometido y las vibrantes piruetas de Delirio. Con el rejón letal acertó a la segunda, tras uno que asomó, pero toda la labor anterior había sido merecedora de premio. La óptica del palco fue otra y consideró que la petición era minoritaria.

Sí premió, sin embargo, la primera labor de un bullidor Palha, faena que transcurrió a velocidad de crucero. Y el portugués, posiblemente, habría cobrado otra del cuarto, tras abusar del violín y ofrecer un concierto desafinado con la hoja de peral.

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