Al maestro madrileño nunca le acompañó la suerte en la plaza de la capital navarra.
En el mundo del toro, como en otros terrenos de la vida, la suerte sonríe a unos y es esquiva con otros. Para Juan José Padilla, por ejemplo, la plaza de Pamplona relanzó su trayectoria profesional; llegó a la Feria del Toro por primera vez en 1999, sin otro contrato, cortó tres orejas y, a partir de ahí, no dejó de torear y se hizo, a pulso, un prestigioso nombre en el toreo.
Por el contrario, a Antonio Chenel nunca le sonrió la fortuna en la capital navarra, lo que no impidió que dedicase elogios a sus fiestas y a su feria taurina.
“San Fermín es único y no es comparable a nada porque sale el toro toro. Además, están sus encierros, que son maravillosos. Después es otra cosa lo que transcurre en la plaza. Si la cosa va bien es un espectáculo y si está mal es otro el espectáculo. Es único y hay que admitirlo como es”, declaró a este periódico en 1993, dos días antes del comienzo sanferminero.
Ese mismo año, aseguró en Pamplona a lo largo de una tertulia taurina, que su mayor alegría en San Fermín tuvo lugar cuando vino de novillero. “Fue mi debut aquí como novillero con picadores y por venir a Pamplona me sentía una persona importante”. Aquella tarde, 12 de julio de 1952, se enfrentó a dos utreros abulenses de Francisco Ramírez. Tras estoquear a su primero, que brindó a la Casa de Misericordia, escuchó aplausos del público. Fue cogido aparatosamente por el quinto, también de muy buen juego, y, cuando dobló el novillo, dio la vuelta al ruedo.
Ya como matador de toros, debutó en 1955 e hizo en Pamplona un total de siete paseíllos. En su primera actuación, frente a toros de Bohórquez, su balance fue de pitos y silencio. La pitada se repitió tres días después, en una tarde en la que anduvo justo de valor ante toros de Guardiola.
Regresó a Pamplona doce años después, en 1967, para torear dos tardes. En la primera, frente a toros de Arranz, no le fueron mal las cosas: saludos desde el tercio y vuelta al ruedo. En la segunda, cambió el panorama: pitos y gran bronca frente a toros navarros de César Moreno.
Pese a ello, volvió al año siguiente; fue contratado de nuevo para dos tardes. El 7 de julio se le vio sin sitio y con temor ante un encierro de Martínez Elizondo: bronca en uno y pitos el otro. Siete días después –corrida de Guardiola-, la crítica taurina fue rotunda con su actuación, con frases como las siguientes: “Antoñete dio verdadera pena en la arena. Lo único que hizo en toda la tarde no fue correr sino volar”. “El mayor favor que le podemos hacer a Antoñete es silenciar su desdichada y medrosa actuación”. “Lo que hizo toda la tarde fue huir despavorido en cuanto un toro movía la oreja. De las veces que le hemos visto mal a Antoñete la del domingo fue con creces la peor”.
El maestro madrileño no volvió a Pamplona hasta diez años después, en 1978. Intervino el 7 de julio en un festival matinal a beneficio de Medicus Mundi. Se las vio con dos toros de Marcos Núñez. A su primero le cortó una oreja, el único trofeo que logró pasear en el ruedo pamplonés, y, tras despachar a su segundo, saludó una ovación. Sin duda, fue su mejor tarde en la plaza pamplonesa.
Su última actuación de luces la rubricó el 13 de julio de 1984, día en el que se lidiaron seis toros de Martínez Uranga Hermanos, sobrados de presentación en cuanto a tamaño y justitos de pitones, sosos y parados. Demostró que ya no estaba para esos trotes. Al ver al primero, de 591 kilos, se dejó impresionar y perdió los papeles. Muy precavido y conservador con su primero, recibió una dura pitada. En el cuarto se repitió la película de miedo. Estuvo muy asustado y la bronca pasó a los anales taurinos de la historia taurina de Pamplona.
Nueve años después, en la citada tertulia taurina, rememoró su trago más duro en la capital navarra. “Mi peor recuerdo lo mantengo de mi última corrida, que coincidió con el año de mi marcha. Cambiaron la ganadería a última hora y, aunque sabía que los toros no iban a dar juego, me pareció mal caerme del cartel”. Fueron las últimas declaraciones sobre Pamplona de un torero que nunca se llevó bien con San Fermín.