ADIÓS A LA PLAZA VIEJA CON UNA POBRE FERIA. SAN FERMÍN DE 1921

Cartel de San Fermín de 1921.

La feria de San Fermín de 1921 ha pasado a la historia por ser la última que se celebró en la plaza vieja, pero, de no haberlo sido, habría quedado en los anales del olvido, debido a los pobres resultados artísticos que se cosecharon, pese a la siempre esperada presencia de Belmonte en los carteles, la primera en Pamplona tras la muerte de su amigo Joselito.

El de Triana hizo el paseíllo las cinco tardes del ciclo, pero tuvo una actuación que puede calificarse de discretísima. Lo más que consiguió fue dar dos vueltas al ruedo. La primera en la Corrida de Prueba, el 9 de julio, tras matar al primero de los cuatro que se lidiaron de Cándido Díaz. Y la segunda el último día, después de matar al que abrió plaza de Santa Coloma. Para Arako, no hizo otra cosa el 11 de julio que “dos buenas faenas por seis mil duros”.

En su primera actuación, frente a la corrida de Villar Hermanos, pasó con más pena que gloria. Al día siguiente, ya sólo con pena. Su balance fue de muchos pitos y de silencio ante el primero y cuarto de Moreno Ardanuy (antes Saltillo), respectivamente. La misma fuente periodística aseguraba que “continúa con su apatía, que le está acarreando antipatía. Sin coraje rabioso, sin faenas temerarias, sin emoción en su toreo, no tiene razón de ser”.

Y, por último, el día 10, mató mal a su primero, de Guadalest, y, para colmo, se cortó la cara con el estoque. Ese toro saltó al callejón y perdonó la vida a un agente municipal que no se había enterado. Por la citada herida, tuvo que torear al cuarto con la cabeza vendada, al que le hizo una faena “vulgarcilla”. En definitiva, no fue en esa feria el diestro de otros años, valiente hasta la temeridad.

El único que levantó algo la feria fue Varelito, que consiguió las dos únicas orejas que se concedieron en el abono. La primera se la cortó el día 10 al quinto de Guadalest, ante el que fue ovacionado con el capote. Cerró el primer tercio toreando al alimón con Granero. Brindó después al tendido que ocupaban los soldados y realizó una faena lucidísima sobre la izquierda, con naturales, pases de pecho y molinetes. Señaló un buen pinchazo y continuó la faena. Para finalizar, entrando muy bien, dejó un estoconazo hasta el mango que tumbó al toro. “¡Por fin hemos visto algo!”, clamaba Arako.

El último día repitió triunfo también frente al quinto, que, en esta ocasión, fue de Santa Coloma. Realizó un trasteo bastante parecido al del día anterior. “No fue una faena completa, pero mostró buena voluntad”. Fue la última oreja que se cortó en la llamada ‘plaza vieja’.

La gran novedad de la feria consistió en el debut de Manuel Granero, el jovencísimo diestro valenciano -tenía 19 años- del que se hablaban maravillas y que había tomado la alternativa hacía tan sólo unos cuantos meses, en septiembre del año anterior.

Intervino en cuatro de las cinco corridas. No hizo honor a la fama que ya atesoraba, pues lo comparaban con el genial Joselito. Su actuación, en conjunto, fue vulgar y estuvo, incluso, por debajo de la Dominguín, que fue el diestro que completó el plantel de matadores de la feria. Sin saberlo, hizo historia por estoquear al último toro en la plaza vieja, cosa que, por cierto, realizó bastante mal, de cuatro pinchazos y cuatro descabellos. Si a este hecho le añadimos su trágico final, resulta lógico que sea recordado.

La Casa de Misericordia, como nueva empresaria, contaba con Granero para la corrida de inauguración de la plaza actual, el 7 de julio de 1922, pero no pudo ser porque dos meses antes, el 7 de mayo, murió en Madrid por las cornadas que le dio el quinto de la tarde, Pocapena, manso y burriciego, de Veragua.

Esa última corrida del 11 de julio en la plaza vieja, que estuvo completamente llena de espectadores pese a que el sol “arreó de lo lindo”, estuvo presidida por el alcalde de la ciudad, José María Landa, que desempeñó su papel con acierto. ¿Sabría el señor Landa que se trataba de la última corrida que se iba a celebrar en la plaza vieja? Llama la atención que presidiese la corrida final cuando, generalmente, el alcalde de Pamplona acostumbraba a tener el honor de ocupar tal palco el día del Santo, el día grande de las fiestas en honor a San Fermín, el 7 de julio.

La vieja plaza de toros ardió el 10 de agosto de 1921.

La pregunta nunca tendrá contestación. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que se lidiaron seis toros de Santa Coloma, chicos, negros, gordos y recogidos de pitones. Que pelearon bien en varas, sobresaliendo los tres últimos por su codicia. Que fueron suaves y manejables en el último tercio, sobre todo el primero y el quinto. Y que fue una materia prima tan apropiada para el lucimiento como desaprovechada por los diestros.

Para acabar, es preciso aclarar que los toros de Santa Coloma no fueron los últimos astados que salieron a la arena de la plaza vieja. El 24 de julio se celebró un festival cómico taurino, organizado por Enrique Gastardi y Manuel Moneo, que tuvo un gran éxito de público. Fue una charlotada, de los “auténticos charlots zaragozanos”, en la que se jugaron cuatro erales del hierro navarro de Alaiza. Este fue el último festejo celebrado en la plaza vieja.

De todos modos, pudo no serlo ya que los señores Cía y Larumbe habían solicitado al Ayuntamiento que se les concediese la plaza el 25 de septiembre para ofrecer una corrida de toros en la que Sánchez Mejías mataría un encierro de Díaz, corrida que, por razones obvias, no pudo celebrarse.

La plaza vieja ardió el 10 de agosto de ese año, 1921, festividad de San Lorenzo. El incendio, al parecer provocado, acabó con la vida de una edificación que ya había sido condenada a muerte.

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