TARDE PARA OLVIDAR EN TUDELA POR UNA PÉSIMA CORRIDA DE MILLARES

El tercero de Millares es apuntillado en el ruedo ante la mirada de Escribano. Fotografía: Blanca Aldanondo.

El tercero de Millares es apuntillado en el ruedo ante la mirada de Escribano. Fotografía: Blanca Aldanondo.

Al encierro, carente de fuerza y de raza, le cortaron sendas orejas Castaño y Paulita.

Ganado: Tres toros de Manuel Ángel Millares, dos de Espantalobos, cuarto y sexto, y un sobrero, quinto, de Torremilla, todos del mismo ganadero, bien presentados en conjunto, con cara, nobles, pero desrazados, carentes de fuerza, inválidos varios, sin contenido; una muy mala corrida de toros.

Diestros: Javier Castaño (silencio y oreja), Paulita (oreja con leve petición de la segunda y silencio) y Manuel Escribano (silencio y silencio tras petición de oreja).

Presidencia: A cargo de Pablo Martínez Sangüesa, asesorado por Rosa López y Francisco Javier Garijo, bastante mejorable. Dubitativo a la hora de devolver el quinto, pues sacó el pañuelo blanco para cambiar de tercio y luego el verde. Y debió permitir el tercer par en todos los toros.

Incidencias: Un tercio de plaza. Tarde soleada y calurosa. Escribano hizo el paseíllo desmonterado. David Adalid saludó montera en mano tras banderillear al cuarto. Tito Sandoval fue ovacionado tras picar a ese cuarto. Y también Manolo de los Reyes tras banderillear al segundo. La mayor ovación de la tarde fue para la banda municipal de Tudela y los gaiteros,  al interpretar al alimón “Amparito Roca” durante el segundo tercio del cuarto toro.

Tardes como la de ayer no sólo quitan afición sino que reclaman  una cita con el médico de cabecera para saber si la salud se sigue manteniendo en buen estado. Con este fin, lo más aconsejable es borrar de la memoria el festejo de ayer cuanto antes.

Fue una pésima corrida de toros. ¿De toros? Bueno, de algo parecido. En el lado positivo, el encierro se salvó en cuanto a presentación, aunque hubo algún toro falto de remate. Todos tuvieron cara, eso sí. Pero nada más. Carecieron de contenido, de raza, de fuerza y acabaron enfadando al generoso público tudelano. Varios de los ejemplares se sintieron a gusto echados sobre la arena y el tercero, no echado sino tumbado, tuvo que ser apuntillado en el ruedo, para descrédito del ganadero.

Numerosos matices

Pese a este descalabro de la materia prima, la tarde fue rica en matices. La mano de obra, su disposición, salvó un festejo que, de lo contrario, habría terminado en escándalo. Los matadores desplegaron sobre el ruedo toda la raza que les faltó a los toros. Fue destacable asimismo la labor de los hombres de plata, que ofrecieron una lección de profesionalidad, tanto banderilleros como picadores.

Y, quizá, la mayor salvadora del naufragio taurino fue la banda, que, junto a los gaiteros, deleitó con un repertorio que amansó los ánimos y sonó como nunca o como siempre, como se prefiera.

En este panorama, todavía alguien puede pensar: si se cortaron dos orejas, no debió ser tan mala la corrida toros. Lo fue, de verdad. Lo que el público, en su tónica general, quería premiar y sólo lo pudo hacer en dos ocasiones, gracias al esfuerzo de los matadores de toros.

La suerte fue dispar

En este sentido, la primer oreja la cobró Paulita del segundo, un toro tan noble como débil, que acabó en tablas pero que aguantó el trasteo. En esos terrenos el zaragozano lo toreó con cierto gusto en un par de series cortas de naturales y lo mató de una estocada algo desprendida, lo que permitió que se agitasen los pañuelos.

Después, el quinto fue devuelto por inválido y en su lugar salió otro que casi, casi. Paulita tuvo que levantarle el engaño, en labor de enfermero, y después se peleó con él intentando sacar agua de un pozo seco. Imposible.

Castaño, por su parte, cobró un trofeo del cuarto, el  más resistente, tras una faena mandona con  la diestra, con la que tiró del astado y alargó los muletazos. Y al primero -se llevó el lote menos malo- le pudo cortar otra pero falló al matar.

Escribano derrochó ganas y se lució de capa y con los rehiletes. Pero su primero tuvo que ser apuntillado en la arena y el sexto se echó varias veces, por lo que no tuvo otro remedio que cortar la faena y matarlo.

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