SEGUNDA DE LA FERIA DE ESTELLA. CRÓNICA. CONTRA VIENTO Y MAREA

Momento en el que Francisco Marco otorga la alternativa a José Manuel Sandín, en presencia de Alejandro Amaya.

Bajo un diluvio, Marco y el toricantano Sandín salieron a hombros tras repartirse cuatro orejas de un noble encierro.

Ganado: Seis toros deTorregrande, bien presentados, aunque alguno terciado, bajitos, nobles y de buen juego en general, salvo el sexto, manso y deslucido.

Francisco Marco: oreja y oreja con fuerte petición de la segunda. Salió a hombros.

Alejandro Amaya: silencio y saludos desde el tercio.

José Manuel Sandín: dos orejas y silencio. Salió a hombros.

Presidencia: A cargo de María Unzué, asesorada por Jesús Miguel Blanco  Lorenzo Gómez Segura, correcta, salvo en la concesión de trofeos.

Incidencias: Más de un tercio de plaza. Tarde muy lluviosa y tirando a fría. Amaya y Sandín hicieron el paseíllo desmonterados. Este último tomó la alternativa, de manos de Marco, y con el toro Estupendo, número721, negro bragado. El subalterno Óscar Antolín “El Millonario”, de la cuadrilla del toricantano, fue cogido aparatosamente por el sexto; fue atendido en la enfermería de un “puntazo subcostal derecho” y trasladado seguidamente al hospital García Orcoyen de Estella, donde se le apreció una cornada de 16 centímetros en el costado derecho.

Tarde con tintes épicos. Típica otoñal, pero en pleno verano. Lluvia y más lluvia a lo largo de todo el festejo, como para exportar. Y en el ruedo, sólo valientes, vestidos de oro y de plata, luchando contra el toro y contra los elementos, sobre un resbaladizo lodazal. Lección de pundonor, de vergüenza torera, de hambre de triunfo. La prudencia aconsejaba la suspensión tras la muerte del cuarto toro, pero ellos siguieron hasta el final, empapados, descalzados, cansados, casi agotados.

Lección de los toreros y lección de afición de todos aquellos que en los tendidos soportaron el chaparrón hasta que dobló el sexto toro, ese manso que se llevó por delante a El Millonario y que se cebó con él. Cogida impresionante, saldada con daño menor. Imagen impresionante, casi esperpéntica la de este subalterno cuando era llevado al callejón rebozado en barro, de la mano de un compañero de profesión, de Venturita. Solidaridad ante todo.

La tarde, para la historia taurina de Estella y de Navarra, se saldó con dos triunfos grandes, el de Sandín, que ya puede decir que es matador de toros, y el de Francisco Marco, que ejerció de padrino en la ceremonia de alternativa del madrileño. Y la verdad es que le dio suerte, pues le cedió la muerte de Estupendo, un ejemplar bajito y cómodo de cara, que, de cara al toricantano, hizo honor a su nombre, pues derrochó nobleza y tuvo calidad, no dio problema alguno y permitió el lucimiento del nuevo matador de toros.

El madrileño lo recibió con unas mecidas verónicas, abierto el compás, y se lució en un quite por tafalleras. Con la muleta, tras un cambiado por detrás, en el centro del anillo, realizó toda la faena en esos terrenos, trasteo que mantuvo un buen nivel con el toreo en redondo, ligado, templado y, en ocasiones, de mano baja. Al natural, el tono bajó algo porque el toro embestía al pasito. Sandín toreó con gusto y estuvo siempre muy dispuesto. Tras unas bernardinas, dejó una estocada a toro arrancado que hizo guardia y terminó con un descabello. Lo justo habría sido un trofeo pero el palco aceptó la petición de dos.

Ante el sexto, manso y deslucido, sobre un ruedo impracticable, lo intentó pero no había nada que hacer. En cualquier caso, comienzo prometedor del toricantano.

Marco, por su parte, ejerció muy bien de director de lidia y dejó sobre el ruedo estellés ese aroma de su fino toreo. Ante su primero, bien pareado por Venturita y Manolo de los Reyes, se mostró variado con la capa en ese ramillete templado de verónicas, en ese vistoso galleo para llevar al toro al caballo y en ese quite de la media luna con sabor añejo. Con la muleta, toreó templado por ambos pitones a un toro noble que fue bastante a menos, que se fue parando y acortó mucho el recorrido. Lo mató de una soberbia estocada, pero el toro se amorcilló y fue necesario el descabello, lo que redujo el premio a una oreja.

Magníficamente mató asimismo al cuarto, que tuvo sus complicaciones, añadidas al diluvio que tuvo que soportar y al barrizal donde se tuvo que mantener de pie. En una buena faena, el espada navarro logró imponerse a todas las adversidades, salvo a la del palco, que, resguardado, le negó el segundo trofeo.

Por último, el mexicano Amaya se fue de vacío. Su primero acusó una segunda vara y dobló las manos continuamente en el último tercio. Labor de enfermero, a media altura, de poco eco en los tendidos. Y ante el quinto, tuvo que abreviar dadas la condiciones, impropias de la fiesta de los toros.

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