SE IMPUSO EL MAESTRO EN LA TERCERA DEL ABONO TAFALLÉS

Sobre Pirata, Hermoso de Mendoza arriesgó para clavar las cortas. Fotografía: Javier Sesma.

Hermoso de Mendoza y Manzanares salieron a hombros tras cortar tres y dos orejas, respectivamente.

Ganado. Seis toros de Rosa Rodrigues, correctamente despuntados y de juego dispar; sin celo el primero, a más el segundo, mansos deslucidos tercero, cuarto y quinto, y codicioso el sexto, el mejor del encierro.

Rejoneadores.

Pablo Hermoso de Mendoza: oreja y dos orejas. Salió a hombros.

Roberto Armendáriz: saludos desde el tercio en ambos.

Manuel Manzanares: silencio y dos orejas. Salió a hombros.

Presidencia. A cargo de María Asunción Esparza, asesorada por Antonio Puig y Ángel Gómez, correcta, pese a regalar la segunda oreja del sexto.

Incidencias. Casi lleno. Tarde soleada y calurosa.

No llegaba en su mejor momento. Había arrastrado dolorosas molestias en el cuello. Acababa de perder a uno de los caballos de la vanguardia de su cuadra, a Pata Negra. Y acumulaba un récord negativo: cuatro tardes sin cortar trofeos, lo nunca visto. Lo normal era que todos estos factores le influyeran anímicamente. Pero, como maestro, supo superarlos y el triunfo en Tafalla, con la alegría que conlleva, le sirvió, por lo menos, para recuperar la tocada moral.

Además, consiguió el triunfo grande frente al cuarto, el de la merienda, el toro más difícil de lidiaren Navarra. El llamado Aguilillo tuvo pero condición que el que había abierto plaza y, por ello, tuvo más mérito la labor de torero estellés. Ya de salida, sobre Saramago, ofreció un lección de temple circular hasta pararlo. Clavó dos de castigo muy reunidos, en menor superficie que la de una peseta. En banderillas, optó por Chenel y con el reposado toreo del castaño -de costado y con los característicos muletazos por los adentros- enseñó a embestir al parado cuatreño, que, como el resto, más que abanto de salida había sido simplemente pasota.

Tras la labor de Dalí, apareció en el ruedo el valentísimo Pirata, que le permitió a su dueño lucirse con las cortas y conquistar al público con un par de cortas a dos manos muy por los adentros, en terreno más que comprometido. A la hora de matar, acertó de pleno con un rejonazo fulminante que, cual cohete festivo, provocó un auténtico estallido de alegría. Dos justas orejas y triunfal vuelta al ruedo.

El que abrió plaza, por el contrario, resultó colaborador pero careció de celo. Tras pararlo con la elegancia de Curro, el medido toreo de costado llegó con Manolete, aunque sus piruetas no resultaron vibrantes por la escasa codicia del toro. Con el audaz Ícaro, llegó otra demostración de toreo de cercanías en redondo, frente a frente, cara a cara, en escaso terreno. Un rejón de muerte efectivo pero de fea colocación redujo el premio a un trofeo, el primero de la tarde. Hermoso de Mendoza había recobrado la senda del triunfo y alcanzado la primera puerta grande de la feria.

También la consiguió uno de sus pupilos, el hijo de Manzanares y el hermano de Manzanares, ambos matadores de toros, aunque en distinta época. Su primero fue un toro parado, deslucido, que en el último tercio se aculó en tablas y puso así difícil la ejecución de la suerte suprema. El alicantino arriesgó y por un espacio mínimo, entre el toro y las tablas, y dejó un rejonazo que parecía definitivo. Sin embargo, el toro no dobló, se amorcilló y el joven jinete acabó dando un mitin con el descabello que imposibilitaba la concesión de cualquier trofeo.

Su panorama mejoró con la salida del que cerró plaza, un toro que derrochó codicia y fijeza, y que apretó en las distintas suertes. Su trasteo, con buen planteamiento, no alcanzó el tono hasta la salida de Garibaldi, caballo con el que clavó dos espectaculares palos; primero, aguantando en corta distancia y seguidamente arrancando y clavando al quiebro en mínimos terrenos. Con tal montura se ganó a los tendidos y al palco, que le premiaron con un doble trofeo pese a lo bajo que cayó el rejón letal.

Armendáriz se atragantó, precisamente, en la suerte final, tanto con la hoja de peral como con el descabello. Disgustado y sangrando continuamente de una herida en la zona de la oreja izquierda, no quería recordar esa gran faena que había realizado ante el quinto, trasteo de mayor mérito vista la mansa y parada condición del cuatreño. Paradójicamente, su faena ante el segundo, que acabó embistiendo con buen son, tuvo menos fuste por exceso de nervios.

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