RIVERA ORDÓÑEZ Y AMAYA SE LLEVAN EL GATO AL AGUA EN FITERO

Ambos salieron a hombros tras repartirse cuatro orejas de un blando encierro de Los Recitales.

FICHA

Feria de San Raimundo.

Ganado: seis toros de Los Recitales, correctamente presentados, con kilos, cómodos de cara en general, con fondo noble, pero blandos de manos.

Víctor Puerto: saludos tras petición de oreja y saludos tras dos avisos.

Rivera Ordóñez: silencio y dos orejas. Salió a hombros.

Alejandro Amaya: oreja en ambos. Salió a hombros.

Presidencia: a cargo de Raimundo Aguirre, asesorado por Jesús María de Andrés y Francisco J. Romera, sólo regular, por regalar la segunda oreja del quinto toro y por su distracción en un par de ocasiones ante los cambios de tercio.

Incidencias: más de tres cuartos de plaza. Tarde nublada y fresca. El mexicano Amaya hizo el paseíllo desmonterado.

Una entretenida corrida de toros inauguró ayer la temporada taurina de Navarra. Lo mejor, la respuesta del público pese a que el tiempo no acompañó todo lo deseado. La plaza de Fitero registró la mejor entrada de los últimos años. Y, lo que es más importante, el público se divirtió y abandonó el coso satisfecho de los que había presenciado.

La corrida de Los Recitales no fue la del año pasado. Salvo el cuarto, todos los toros doblaron las manos. No fue la fuerza la característica del conjunto pero sí la nobleza, lo que permitió a la terna torear cómoda ante ellos.

En lo referente a la mano de obra, dos diestros salieron a hombros pero con triunfos de diferente peso. La más grata novedad vino de la mano de Alejandro Amaya, que se presentó en Navarra como matador de toros. Y de sus manos brotó la faena más torera de la tarde. El espada mexicano se las vio primero con un toro tan noble como blando pero que atesoraba clase en su embestida. Con la capa, se lució con buen sentido a la verónica y en un reposado quite por delantales. Con la muleta, le dio una lidia muy medida, sin bajar la mano, templada y serena, bañada en un personal estilo, con destellos pintureros. Fue la mejor faena la tarde. Le sacó al toro todos los pases que tenía y concluyó con una estocada pelín desprendida. Justa oreja.

Al que cerró plaza, de parecida condición pero con menos clase, le realizó una faena de similar corte, por ambos pitones, con dos series de derechazos y otra de naturales, pero de menor intensidad y calado. Terminó con una casi entera desprendida y el público le premió con el trofeo que le abría la puerta grande.

Rivera Ordóñez fue el centro de todas las miradas y, especialmente, de las femeninas, que las hubo y en buen número. Su primero tuvo muy buen son en los dos primeros tercios pero llegó sin gas al último y en él se mostró noblote pero muy apagado. En tales condiciones, el trasteo del madrileño transcurrió muy cómodo y sin la ligazón deseada, ante un toro que embestía al pasito. Un pinchazo precedió a una casi entera algo trasera y todo quedó en nada.

Sin embargo, Ordóñez, cual novillero hambriento de oportunidades, recibió con una larga cambiada al quinto y con una tanda de enrabietadas verónicas. Se hizo querer en banderillas –que no las pongo; pitos; pues, venga, las pongo- y conquistó la plaza con tres aplaudidos pares. En el último tercio se encontró con un ejemplar similar a su primero, blando y de escaso motor, pero toreable. Comenzó sin apreturas con la diestra pero se sintió más a gusto al natural y por ayudados. Optó seguidamente por un toreo más encimista y de cara a la galería, y, tras una buena estocada volcándose, logró el objetivo que había perseguido: una oreja dada por el público, otra por el palco y salida a hombros. Lo mejor fue su actitud ante este quinto toro.

Puerto fue el único que se fue de vacío. Sin estar mal, tampoco estuvo bien, pues en sus dos toros se olvidó de la mano izquierda; no la utilizó. El que abrió plaza fue un andarín, muy gazapón, defecto que limando y que acabó yendo a más. Faena cómoda y fácil del madrileño, basada en el toreo en redondo y bien rematada con una estupenda estocada hasta la bola, la mejor de la tarde. Hubo petición pero al palco le pareció que no era mayoritaria.

El cuarto toro fue distinto a los demás. Brusco de salida y muy bien picado por Diego Peña, mayoral de la ganadería sevillana, persiguió codicioso a los banderilleros, a las salidas de las suertes. En la muleta, echaba la cara arriba al pasar y desarmó al diestro. Sin embargo, ese defecto fue desapareciendo pero el espada no se acopló inicialmente a la brava embestida. Por el contrario, después se fue entonando y lo dominó con derechazos firmes. El toro acabó por rajarse y en ese terreno, junto a tablas, fue donde Puerto más a gusto lo toreó, en redondo. Los tendidos lo quisieron premiar pero falló clamorosamente al matar y todo quedó en una cálida ovación.

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