Noble encierro de Los Recitales, del que se esperaba más y al que le faltó transmisión, con un toro bravo en el caballo.
Ganado: Seis toros de Los Recitales, bien presentados, que cumplieron en varas, nobles en conjunto aunque deslucidos los dos primeros y manejables el resto, pero en tono apagado, soso. El quinto fue aplaudido en el arrastre.
Curro Diaz: silencio en ambos.
Juan Bautista: silencio y oreja.
Eduardo Gallo: oreja en ambos. Salió a hombros.
Presidencia: A cargo de Cristina Sota, asesorada por Pilar Soteras y Ángel Gómez Gutiérrez, cumplió correctamente su cometido.
Incidencias: Dos tercios de plaza. Tarde agradable de nubes y claros. Díaz y Gallo hicieron el paseíllo desmonterados. Tras él, se guardó un minuto de silencio por los recientes fallecimientos del tafallés Ángel Peñas y de José Félix González, que fue muchos años empresario de la plaza tafallesa. El subalterno Curro Robles saludó montera en mano tras banderillear al segundo de la tarde. Magnífico ambiente tanto en sol como en sombra.
Con la que está cayendo, la incógnita en el arranque del ciclo tafallés se centraba en la respuesta del público ante la crisis. ¿Sería la entrada un desastre como en Tudela? ¿Se dejaría notar bastante como en Estella? ¿O sería la de siempre como en San Adrián?
Con la salida del primer toro, se resolvió el misterio. La crisis se había dejado notar pero se habían salvado los muebles. Los tafalleses, en algo menor cuantía, habían respondido a la primera cita taurina. No podía ser de otra manera en una ciudad taurina que cuenta actualmente con la segunda feria de Navarra.
Y aunque de la materia prima se esperaba más, el público no se aburrió. Cierto es que tampoco salió de la plaza tirando cohetes pero el festejo mantuvo siempre un punto de interés.
El encierro de Los Recitales – un fuerte abrazo Salvador y que te recuperes pronto y bien- no llegó a defraudar pero estuvo por debajo de los de los últimos años, en lo que a juego se refiere. Nada que objetar en presentación, que, aunque algo desigual, fue buena.
Sin embargo, el comportamiento, distinto también, no llegó a convencer. Por distintos motivos, los dos primeros resultaron deslucidos en el último tercio. El resto atesoró nobleza pero sosa, en tono apagado. A la corrida le faltó ese punto de chispa, de motor, para transmitir emoción.
El conjunto cumplió en varas pero hubo toros que pudieron acusar ese castigo en la muleta. El quinto, por ejemplo, peleó con bravura en el peto y recibió de lo lindo. En el último tercio, por su pitón derecho pudo lucir mucho más pero el diestro de turno no lo permitió.
En fin… Vayamos por partes. El triunfador de la tarde fue Eduardo Gallo, el único espada que consiguió salir a hombros. Su mejor trasteo lo realizó ante el tercero, un castaño que aceptó con nobleza el engaño por ambos pitones. El salmantino ya se lució de salida con unas mecidas verónicas a pies juntos. Después al son de Nerva, comenzó su trasteo con una serie de naturales largos, de mano baja, que fueron lo mejor de la tarde. El resto de la faena transcurrió por ambos pitones, con un toreo en redondo de calidad, muy ligado. Mató de una estocada hasta la bola, un poco desprendida, y cobró el primer trofeo de la tarde y de la feria. El que cerró plaza desarrolló nobleza pero en un tono soso, que tragó al pasito, sin emoción alguna. Gallo, sabedor de que tenía cerca la puerta grande, realizó una faena de tesón, bastante inconexa, en la que el mejor momento llegó en unos derechazos de elegante ejecución. Su voluntad obtuvo fruto pues, tras un pinchazo y otra estocada algo desprendida, consiguió ese trofeo que le abría la puerta grande.
Trofeo de escaso peso
La tercera oreja del festejo la paseó Juan Bautista, pero con cierta trampa. El toro, bravo en varas, llegó a la muleta con un magnífico pitón derecho que el francés no quiso lucir, tal vez para no verse desbordado. Por ello, comenzó muy bien la faena con la diestra pero enseguida optó por los naturales cuando el toro pedía el otro pitón.
Y cuando se puso con la diestra, en ningún momento le dejó la muleta puesta para intentar ligar. El resultado final fue una faena algo embarullada, que fue premiada por la buena estocada final.
Su primero tuvo tacaño recorrido y, en ocasiones, no terminó de pasar. El francés le robó algunos ayudados, los justos para intentar justificarse, algo que no logró por el bajonazo con el que terminó con el cuatreño.
Y Curro Díaz fue visto y no visto. Que se las vio con el peor lote, verdad. Pero que pudo hacer algo más de lo que hizo, asimismo cierto. El que abrió plaza, justito de fuerzas, se defendió por ambos pitones y el jiennense no se complicó la vida ante tales problemas. El desarme que sufrió al recibirlo de capa le provocó desconfianza, defecto que mantuvo con la muleta en mano, con la que también sufrió desarme.
Al cuarto, que se movió con nobleza, le faltó recorrido y el de Linares, como de trámite, no se complicó la vida. Tras unos trapazos, una entera caidilla y un descabello, dijo adiós a Tafalla, a la que dejó bastante defraudada.