Insufrible mansada a la que la terna, que puso voluntad, no le cortó trofeo alguno.
Ganado: seis toros de Alcurrucén, bien presentados, astifinos pero mansos, parados y completamente descastados.
Antonio Ferrera: silencio y silencio tras dos avisos.
Antonio Nazaré: silencio y vuelta por su cuenta.
Alberto López Simón: silencio tras leve petición de oreja y palmas.
Presidencia: a cargo de Enrique Maya, asesorado por Lola Salvo y Fernando Moreno, bien, cumplió sin problemas su cometido.
Incidencias: Lleno aparente. Tarde soleada y calurosa. El alcalde, tras ocupar el palco, fue recibido con aplausos y pitos. López Simón hizo el paseíllo desmonterado. Su banderillero David Peinado “Chetu” resultó cogido al parear al tercero; en la enfermería fue curado de una herida de diez centímetros en la cabeza, de pronóstico leve.
Cuando la mansedumbre entra por la puerta, el toreo salta por la ventana. Es lo que sucedió ayer en la primera de la feria ¿del toro? Alcurrucén, en su quinta comparecencia en San Fermín, mantuvo el maleficio. Ha lidiado cinco corridas de toros y todas ellas han sido verdaderas mansadas. Sin duda, Pamplona es gafe para los Lozano.
Y, para colmo, esta ganadería, que no ha corneado a nadie en los cinco encierros que ha protagonizado, ayer le mandó a la enfermería al banderillero Chetu, con una herida por asta en la cabeza.
El aficionado, a medida que avanzaba la corrida, iba perdiendo la esperanza, ya no de ver un toro bravo, sino de presenciar la lidia de un toro a secas. Uno tras otro, fueron saliendo por el portón de toriles seis mansos, seis burras con cuernos, que no tuvieron nada dentro, ni casta ni movimiento, ni clase; sólo, mansedumbre, en vertiente estática, carente de movilidad; fueron seis verdaderos marmolillos, opuestos completamente al concepto de toro bravo.
Ante tal panorama, cundió el tedio, el aburrimiento, los continuados bostezos. Fue un mal inicio, que pudo ser peor. Por lo menos, los diestros, en general, mostraron deseos de agradar, pusieron ganas o pareció que las tenían, en distintas proporciones, en muy diferente dosis. Ninguno dejó nada para la historia pero se puede afirmar que los tres estuvieron por encima de la materia prima.
Antonio Ferrera destacó con los rehiletes, pero no hizo vibrar como en pasadas ocasiones. En primer lugar, se encontró con un cuatreño pétreo, que apenas se desplazó. El veterano pacense trazó varias series cortas y vulgares con la diestra, con las que se justificó. Luego representó una especie de arrimón ante un ejemplar completamente agotado, en las últimas. Y después, se puso algo pesadito con un trasteo con el que era imposible lograr algo brillante. Por lo menos, mató de una estocada hábil y trasera, que dejó atrás la primera pesadilla.
Ante el cuarto, conectó algo más con los garapullos, sobre todo en el tercer par, al violín. Pero comenzó el último tercio, y más de lo mismo. El toro tuvo un poco más de movilidad por el pitón derecho pero embistió sin clase alguna. Ferrera ejecutó un toreo en redondo, acelerado y falto de reposo. Y en vez de acortar, continuó perseverando sin sentido, tanto que recibió un aviso antes de coger de verdad. Cuando lo hizo, entró a matar saliéndose, sin convicción y con mucha precaución. Mal, mal… y sonó un segundo y nos dieron…
Nazaré se encontró en primer lugar con otro animal con astas (debió ser toro) descastado hasta la muerte y tacaño de recorrido, de media embestida, sin terminar depasar. Nada que hacer. Su segundo, el quinto, tuvo inicialmente algo más de energías, lo que aprovechó el sevillano para robarle un par de tandas con la diestra, bastante insípidas. Lo peor que hizo Nazaré fue inventarse una vuelta al ruedo.
Y la misma suerte corrió el debutante Simón, que quiso, quiso y quiso, pero no pudo.
Por tanto, lo mejor de la tarde, para el olvido, La Pamplonesa. Enhorabuena, de corazón.