Ambos se repartieron siete de las ocho posibles orejas de un buen encierro salmantino.
Ganado: Cuatro erales de El Capea, primero y tercero para rejones, bien presentados, con kilos, nobles y de buen juego, sobre todo los dos primeros, que fueron aplaudidos en el arrastre.
Toreros:
Roberto Armendáriz: dos orejas y oreja.
El Capea: cuatro orejas.
Presidencia: A cargo de Juan Felipe Martínez de Lizarrondo, asesorado por Pedro Izco y el veterinario Jesús María Razquin, cumplió correctamente su cometido aunque se pasó de generosa al conceder la segunda oreja del cuarto de la tarde.
Incidencias: Algo más de media plaza. Tarde soleada y muy calurosa. Los dos toreros abandonaron la plaza a pie. El caballo ‘Grano de Oro’ se lesionó su pata derecha; tras un primer reconocimiento, parecía posible una pequeña fractura.
Sólo faltó más público para poder hablar de una tarde completamente redonda. La zona de la solanera ofreció una imagen de completo vacío y es que, con la que cayó, hacía falta valor y capacidad de sufrimiento para soportar el fuego que proporcionaba el sol con generosidad.
Salvo este detalle, el éxito en el ruedo fue total, propio de un festival. El ganado sirvió, los toreros se lucieron y el público se divirtió, que es lo más importante.
Pedro Gutiérrez Moya llevó a Noain un encierro de erales con kilos; sólo el tercero bajó algo en este sentido, que fue, precisamente, el menos apto para el toreo. Los otros tres colaboraron con nobleza al lucimiento, sobre todo los dos primeros, que permitieron a los actuantes asegurar el triunfo grande; fueron aplaudidos en el arrastre, honor que no merecieron los dos últimos del festival.
Abrió la tarde, entre ovaciones, el torero local, un Roberto Armendáriz que volvió a deleitar a sus paisanos. Sacó de salida a Siroco, con el que paró con elegancia al novillo, trazando cada vez círculos menores.
Tras la lesión de Grano de Oro, la faena subió de tono con los quiebros al límite en los embroques de Ranchero y el señorial temple de Prometido, que exhibió un toreo de costado en el que llevó al novillo cosido al estribo.
En el tercio final, montando a Cristal, el navarro se lució con tres cortas sin respiro y, previo pinchazo, mató de un rejonazo de efectos rápidos. Armendáriz disfrutó ante un novillo colaborador, con fijeza y buen tranco, aunque algo aquerenciado a tablas.
El tercero no atesoró tanta calidad. Fue un ejemplar bastante distraído, sin codicia y que intentó sorprender con bruscas arrancadas, propias de manso. Tras castigarlo con un rejón, Armendáriz buscó el lucimiento en banderillas con Caramelo y Bombón, pero este tándem confitero no alcanzó el regusto deseado por las condiciones del astado. A lomos de Duende, terminó de un pinchazo y otro que descordó. El público y algún subalterno pidió el doble trofeo, pero el palco sólo concedió uno, el tercero en el haber del navarro.
Respecto al toreo a pie, El Capea rubricó asimismo una buena actuación. A su noblón primero, lo recibió con una larga cambiada de rodillas y buen ramillete de mecidas verónicas. Realizó después una templada faena por ambos lados, con mayor ligazón por el pitón derecho y rematando bien las series con el doble de pecho. La pena fue que el eral se acabó demasiado pronto. Entonces el salmantino acortó las distancias y lo toreó, muy firme y seguro, con los pies clavados en la arena. Estoconazo hasta la bola y dos orejas.
Al cuarto, justo de fuerza, tardo y algo rebrincadito, lo dominó con un arrimón, en el que el diestro hizo todo cuanto quiso y como quiso.