LOS SERIOS UTREROS DE AZCONA, POR ENCIMA DE LOS NOVILLEROS EN ESTELLA

Pase de pecho de El Adoureño en Estella. Fotografía: Unai Beoriz.

Pase de pecho de El Adoureño en Estella. Fotografía: Unai Beoriz.

Yannis Djenibla ‘El Adoureño’ firmó un triunfo sin gran relieve de tres orejas.

Ganado: Cuatro utreros de Hermanas Azcona, muy bien presentados, serios y astifinos. De comportamiento irregular. Destacó la nobleza del segundo y la calidad en los embroques del manso cuarto. El primero, encastado y dificultoso y el tercero, manso y con genio, acabó haciéndose el amo.

Novilleros: Juan Carlos Benítez (silencio tras aviso y silencio tras dos avisos) y Yannis Djenibla ‘El Adoureño’ (dos orejas y oreja).

Incidencias: Un cuarto de plaza. Tarde soleada, ventosa y fresa. Al doblar el tercero, la banda de música se fue del coso. Destacó con las banderillas el portugués Felipe Proença, de la cuadrilla de Juan Carlos Benítez. Segunda de feria

La tarde estellesa tuvo un cierto aroma berlanguiano cuando no ese tono grotesco que adquiere un festejo taurino aromatizado por la forma indescriptible y mundana de corear un pasodoble desde los tendidos cuando la banda de música ya no ocupa su lugar en la grada.

Se fue la banda al final del tercer toro y el público pidió el tararí, natural. Se marcharon poco a poco: primero los trombones, después los fagotes y con ellos los oboes, las flautas, las trompetas y por último las percusiones acompañadas quizás por un fliscorno algo rezagado. Y claro, la plaza se sintió huérfana, vacía, como si algo muy profundo se hubiera roto. Y eso que la novillada, por accidentada y superficial, estaba siendo una función entretenida aunque completamente indescifrable en cuanto al toreo.

Novillada seria, con cuajo y con muy buenas hechuras de Hermanas Azcona, de Olite. Una novillada que le vino muy grande a los dos jóvenes coletudos, tanto al malagueño Juan Carlos Benítez, que contó con el lote menos propicio, como al francés Yannis Djenibla ‘El Adoureño’, que se llevó tres orejas y que nadie, ni el director de la banda, pudo adivinar cómo había sido.

Benítez vivió un tormento con el tercero, llamado Almendrito, un colorado de buidos y acaramelados pitones que se hizo el amo del ruedo de principio a fin. Sólo el coraje del banderillero portugués Felipe Proença libró aquello de convertirse en algo más que un descalzaperros. Felipe fue cogido de mala manera por el utrero al sacarlo a punta de capote del caballo. Pasó el toro por encima de él como una locomotora. Ni se miró el peón, que colocó dos excelentes pares de banderillas sin que nadie le pusiera el astado en suerte. Todo fueron gurripinas y manguzás y la faena de Benítez, un absoluto desconsuelo. Estuvo a menos de la mitad de un segundo de escuchar el tercer aviso.

El segundo de la tarde fue el novillo de la corrida. Mocetón era una belleza y le dieron en el caballo de lo lindo. Pero sacó fuelle y bravura para embestir con clase, especialmente por el pitón izquierdo. El Adoureño basó toda su faena en los recursos, en los remates y en la ligazón. Una estocada delantera y la bondad infinita del público le sirvieron para arrancar dos orejas de verdadera plastilina. La del cuarto fue todavía más etérea. El novillo manso y aquerenciado, tenía mucha clase y humillaba de principio a fin en los lances. Le dio dos o tres series y volvió a tocar pelo. La música brotaba desde los tendidos y Berlanga, desde el cielo de los cineastas, se acordaba de la vaquilla y de aquella capea surrealista del frente del Ebro.

Información de Pablo García Mancha para Diario de Navarra.

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