GINÉS MARÍN EVITA UN GRAN ESCÁNDALO EN LA PLAZA DE TUDELA

Ginés Marín logró cortar el rabo del sexto, un buen toro, que se mantuvo en pie.

El diestro pacense ofreció un recital de buen toreo y cortó cuatro orejas y un rabo, éste de ‘Galanteador’, un toro noble y con clase, que se mantuvo en pie. Reportaje fotográfico: Blanca Aldanondo.

Ganado: Seis toros de Manuel y Antonio Tornay, justos de presencia y escasos de raza y de fuerza, salvo el sexto, Galanteador, que, noble y con clase, se mantuvo en pie; cuarto y quinto fueron pitados en el arrastre por su invalidez.

Toreros: Manuel Díaz ‘El Cordobés’ (oreja y silencio), Cayetano (oreja y silencio) y Ginés Marín (dos orejas y dos orejas y rabo).

Presidencia: A cargo de Luis Arrondo, asesorado por Curro Lamana y el veterinario Javier García Ullate, se mostró generosa en la concesión de trofeos.

Incidencias: Tarde soleada y agradable. Casi lleno en sombra y mucho cemento en sol. Marín, que hizo el paseíllo desmonterado, salió a hombros.

En el cuarto y quinto toro, a raíz de la desesperante falta de casta y fuerza de los animales, se estaba cocinando una bronca en la Chata de Griseras del tamaño de las relatadas por José María Iribarren.

Porque el santo público tudelano, que había pagado un buen pellizco por cada una de las entradas, estaba a punto de pasar de las risas y las ovaciones a una bronca de tudelanas maneras que no llegó a darse gracias a Ginés Marín. El de Olivenza, placeado y pletórico de condiciones, supo dar fuerza con el temple de su muleta al sexto Tornay, cuando el ganadero, sentado junto al palco de la banda de música, escondía ya la cabeza entre las rodillas.

Marín, que venía de hacer temporada completa en todas las plazas de relevancia y de encerrarse con seis toros en la de Santander, se mostró en todo su esplendor como torero siempre cercano a sentarse en la mesa de las verdaderas figuras.

Dejó que le pegaran un puyazo ordinario al toro Galanteador, comenzó faena elegante con algún cambio de mano, sin dejar que el toro besara la arena y se permitió unas pausas tan necesarias como largas entre tanda y tanda, para con naturalidad seguir metiéndose en harina con el noble pitón derecho del animal.

La banda de música echó un cable arrancándose pronto con la Giralda y la faena fue cogiendo cuerpo con la naturaleza del temple en cada uno de los muletazos. Por el pitón izquierdo el toro sólo permitió unipases, pero en las postrimerías de la faena el oliventino consiguió levantar al público de sus localidades sin un solo gesto para la galería.

Un estoconazo culminó la obra que hizo olvidar disgustos al público pagano y salvó la función en la campana.

La corrida había comenzado con un homenaje al Cordobés Benítez con un perritoro brocho, escaso de fuerza, carne y acometividad al que el Cordobés Díaz consiguió cortar una oreja a base de simpatía con la grada y poco más. La banda se puso escrupulosa y no llegó a musicar su lidia pese a las peticiones del poblado tendido 4. En el toro de la merienda, poco pudo hacer el Cordobés de Arganda del Rey salvo pedir paciencia a la grada.

Tras Manuel Díaz compareció Cayetano, de tabaco y oro, que comenzó animoso su tarde toreando sentado en el estribo y pegando muletazos de rodillas. Se templó el matador de origen rondeño con él, hasta que en una probatura por el pitón izquierdo el toro mostró la poca rasmia que llevaba dentro toda la corrida. Lo mató rápido y cobró una oreja.

En el quinto que fue una sinfonía de deserción brava se mostró alarmantemente indeciso a la hora de entra a matar al ferdinando y por la gatera dejó ver el por qué de su incomparecencia de este año en las ferias decisivas.

Al lado de estos toreros de vuelta, Ginés Marín fue una mezcla de Machaquito, Lagartijo, Frascuelo y el Espartero. Lo vio muy fácil en el tercero y revolucionó la tarde en el sexto, que en otras circunstancias quizá hubiese pasado más desapercibido.

El palco, en un enorme oximorón, sacó el pañuelo del rabo para tapar otras vergüenzas.

Información de Pascal Lizarraga, publicada en Diario de Navarra.

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