FESTEJO DE REJONES. 2ª DE ABONO. LARGA VIDA AL REJONEO NAVARRO

Pablo Hermoso de Mendoza se adorna sobre Pirata.

Hermoso de Mendoza y Armendáriz salieron a hombros por la puerta del encierro tras repartirse cuatro orejas, y Galán se tuvo que conformar con una.

Ganado: Cinco toros de San Pelayo y uno, el sexto, de Carmen Lorenzo, del mismo propietario e igual procedencia, bien presentados y, en general, de juego decepcionante por exceso de kilos.

Pablo Hermoso de Mendoza: silencio y dos orejas. Salió a hombros.

Sergio Galán: silencio tras petición de oreja y oreja.

RobertoArmendáriz: saludos desde los medios y dos orejas. Salió a hombros.

Presidencia A cargo de Pedro Bañales, asesorado por Miguel Eguíluz y Miguel Reta, pasó desapercibida aunque desatendió una petición de oreja mayoritaria en el segundo, solicitud que le pudo proporcionar, a la postre, la puerta grande al rejoneador madrileño.

Incidencias: Lleno. Tarde soleada y agradable. Magnífico ambiente en sol y sombra.

Lo más positivo de la segunda del abono pamplonés fue que funcionó la reventa, buena señal en estos tiempos críticos o de crisis, no sé, y que todo el mundo -veinte mil almas de Dios- salió de la plaza dispuesto a repetir el año que viene.

Y positivo fue también el toreo de los tres jinetes, merecedor de otras tantas puertas grandes. La lograron los navarros y el palco se la cerró al madrileño al no conceder un trofeo del segundo toro, con una petición mayoritaria, que, sin embargo, tras la negación, no se plasmó en una vuelta al ruedo sino en el caprichoso silencio de un público festivo y muy poco taurino.

Lo cierto es que volvió a triunfar el rejoneo navarro, sí, navarro; ya es hora que se hable de él. Hasta hace unos treinta años, más o menos, lo digo un poco a ojo de buen cubero, el rejoneo era un juego de caballos, con, si se quiere, dos estilos, el portugués, con una larga y seria tradición, pero sin muerte de astados, y el andaluz, un tanto acortijado, reducto de señoritos y algo abusón, por eso de las colleras. Pero, de pronto, sorpresivamente, sin que nadie los esperase, ni los propios rejoneadores mandones, apareció un chaval, que más de 25 años después no lo es tanto, de ese viejo reino de Navarra, al norte, estellés para más señas, que convirtió ese tío vivo con los toros en toreo serio, de verdad, templado, pausado y vibrante, que ponía al rojo vivo los tendidos. Se llamaba Hermoso de Mendoza, Pablo después, Pablito al principio y maestro definitivamente.

Gracias a él, el rejoneo pasó a llamarse toreo a caballo. Y es que ese navarro, no jugaba con los toros, no, simplemente toreaba, y hacía fácil lo difícil, o eso parecía desde el cómodo tendido. Y ese desconocido, se ganó justamente el título de maestro, y creó escuela, y hoy en día, el rejoneo, gracias a él, es algo serio y la mayoría de jinetes le intentan imitar, quieren torear tan bien como él.

El estellés lo demostró ayer en su dos intervenciones, ante dos toros de diferente condición. Incluso se permitió el lujo de hacer debutar a una montura en un escenario tan imporante, la de Barullo. Ante su primero dio un recital con el medido toreo de costado de Chenel y sus cambios por los adentros, con el osado toreo en redondo de Ícaro. Y ante su segundo, con la elegancia de Van Gogh, que no sólo toreó sino que pintó las mentes de arte, y con ese vibrante toreo de Manolete y sus piruetas. Las dos grandes faenas las remató con el agresivo y audaz Pirata, otro maestro del último tercio.

Lo mismo hizo Armendáriz: torear y llegar a los tendidos. No acertó a matar a su primero. Pero no dejó escapar al sexto, con una plaza volcada y un Trasnochador que se volcó para garantizar el triunfo de su dueño. Rejonazo, espectacular agonía del toro, dos orejas y una plaza que rugió como ninguna otra. Y es que triunfar en Pamplona, debe saber a gloria de San Fermín.

Otro discípulo del maestro, éste de Madrid, volvió a entregarse en la capital navarra. Paseó una justa del quinto, toreando siempre de verdad, con verdad, y bajo esa espada de Damocles, que se traduce en repetir en Pamplona o no. Pudo conseguir otra oreja del segundo, la mereció, pero el palco hizo escaso caso al vulgo y no sacó ese pañuelo tan decisivo. En cualquier caso, Galán debe sentirse orgulloso de su labor, como todo navarro de lo presenciado.

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