EL NAVARRO ROBERTO ARMENDÁRIZ, 3 OREJAS, SE LLEVA EL GATO AL AGUA

Armendáriz pasea en triunfo las dos orejas del tercero.

Armendáriz pasea en triunfo las dos orejas del tercero.

Hermoso realizó dos magistrales faenas, que no remató con el rejón letal y por ahí perdió el triunfo grande.

Ganado: Cuatro toros de Carmen Lorenzo, uno de San Mateo, tercero, y otro de San Pelayo, cuarto, todos del mismo ganadero y similar procedencia, bien presentados, mansitos, colaboradores, dejándose hacer, pero faltos de celo.

Rejoneadores: Pablo Hermoso de Mendoza: palmas y oreja. Sergio Galán: palmas y oreja. Roberto Armendáriz: dos orejas y oreja. Salió a hombros.

Presidencia: A cargo de Pedro Bañales, asesorado por Javier Eguíluz y Miguel Reta, pasó desapercibida.

Incidencias: Lleno aparente. Tarde nublada que, tras la muerte del tercer toro, se convirtió en lluviosa. Pese a que el agua cayó raudales, el festejo finalizó tras la muerte del último toro.

Se dice que nunca llueve a gusto de todos. Y es verdad. La lluvia, como casi siempre ocurre, llegó de la manera más inoportuna. La plaza de Pamplona, en armonioso blanco y rojo, disfrutaba de un toreo a caballo del más alto nivel. Pero, tras doblar el tercero y comenzar el maestro estellés su segunda intervención, el agua se apoderó del coso, de la fiesta, se erigió en protagonista, venció al público, que abandonó el tendido, y se erigió en el más deslucido protagonista de la tarde.

No fueron cuatro gotas, que decimos por aquí. No. Cayó agua con fuerza, como para exportarla, y deslució lo que prometía ser otra gran tarde de toreo. La medida más sensata, por respeto a un público que no merecía empaparse y, sobre todo, para evitar cualquier percance en el ruedo, tanto de un jinete como de un auxiliador, habría sido la suspensión, pero el festejo, pese a todo, llegó a su final. Por fortuna, en ese ruedo, bien drenado pero ya con numerosos charcos, no pasó nada desagradable. Todo lo contrario.

Los rejoneadores siguieron dándolo todo. A los de grada y andanada, bien resguardados de ese cielo llorón, les daba igual pero los tendidos se quedaron prácticamente vacíos. Sólo aguantaron el largo chaparrón los incondicionales y los mejor prevenidos contra la copiosa agua, que no había sido invitada para tan importante ocasión.

Meteorología aparte, Pedro Gutiérrez Moya, Niño de la Capea, lidió una corrida bien presentada, cuajada, mansita pero que se dejó hacer, sin crear problemas. El encierro permitió el lucimiento de los actuantes, sí, pero careció de ese celo que se convierte en emoción, fundamental para el paciente espectador, para ese mismo que paga su entrada, su boleto -como se denomina en México-, a cambio de no tener derecho casi ni de quejarse, sólo de poder pitar y poco más.

Ante tal materia prima, el menos veterano de la terna fue el que, a la larga, se llevó el gato al agua, si es que el felino sobrevivió al grisáceo chaparrón. Armendáriz toreó en primer lugar el ejemplar que nadie quería en el sorteo, el llamado Jurídico,

un negro toro de 620 kilos, tercero de la tarde, que fue el mejor de lo que se llevaba de festejo. Un toro que no se cansó de embestir y que galopó con buen tranco, sin crear problema alguno. El joven jinete navarro llevó su primer trasteo arriba en banderillas, sobre Prometido, con un medido toreo de costado que provocó las ovaciones de la plaza. De esta manera, dio una muy templada vuelta al ruedo completa, con la que dejó claro que había llegado a la capital navarra no sólo para triunfar sino para reivindicarse, para poner a todo el mundo de acuerdo, al de la plaza y al televisivo, y demostrar que, con la calidad de su toreo, merecía estar en las principales ferias y, sobre todo, en la plaza de Las Ventas. El caballero de Noáin continuó su fiesta, todavía en una tarde nublada pero seca, con Cristal, con el que dejó tres cortas y terminó con un rejón letal fulminante. Paseó dos justas orejas, que, además, le aseguraban la puerta grande. Después, ya bajo el diluvio, y ante unos tendidos desangelados, Armendáriz salió a por más. Protagonizó un ortodoxo tercio de banderillas, sobre un ruedo encharcado, sin complicarse la vida. La gente que quedaba, la de grada y andanada, seguía disfrutando y no dudó en pedir un trofeo cuando el jinete de Noáin culminó su trasteo, pasado

por agua, con otro rejonazo; el toro se amorcilló y el rejoneador terminó con un contundente descabello. Triunfo rotundo. Ya nadie puede hablar de paisanaje.

El otro navarro, el veterano maestro volvió a deslumbrar con dos grandes faenas, mal rematadas ambas en la suerte suprema. Su primero, por su falta de celo y por sus blandas manos, no permitió que la hermosina brillase en todo su esplendor. Hermoso luchó contra ese toro y contra la frialdad de un público que sólo reaccionó en su segunda intervención, premiada con un trofeo.

Galán protagonizó asimismo una buena tarde. Quiso salir a hombros pero no lo logró.

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