
Marín pasó de la desesperación tras matar al primero a la desolación en el tercero de la tarde. Fotografía: Javier Sesma.
El cordobés Javier Moreno “Lagartijo” cortó la única oreja de una tarde que no pasará a la historia.
Ganado: Cuatro utreros de Raso de Portillo, correctos de presencia, parejos, con kilos, bravos en varas, y nobles, con motor y fijeza en la muleta, salvo el distraído segundo.
Novilleros. Javier Marín: silencio tras dos avisos y saludos tras tres avisos. Javier Moreno «Lagartijo»: oreja y silencio tras dos avisos.
Presidencia: A cargo de Javier Amorena, asesorado por José María Díez Simón y la veterinaria Pilar Navarro, cumplió bien su cometido y tuvo sensibilidad a la hora de administrar los tiempos.
Incidencias: Dos tercios de plaza. Tarde agradable de nubes y claros. Lagartijo hizo el paseíllo desmonterado. Actuó de sobresaliente el novillero pamplonés Francisco Javier Expósito. Los subalternos Ángel Luis Carmona y Juan Manuel Arjona saludaron montera en mano tras banderillear al cuarto y último de la tarde.
Tras el esperpéntico comienzo, el ciclo sangüesino va yendo a más, va mejorando en lo que espectáculo se refiere, aunque la feria no está siendo como tirar cohetes.
La materia prima respondió ayer, en la tercera de feria, y dio interés a un festejo que se caracterizó por el fallo con los aceros. Y partiendo de aquí, los utreros estuvieron por encima de los novilleros. Los novillos cumplieron sobrados en dos encuentros con el peto por cabeza. En el último tercio repitieron con nobleza y la mayoría llegó a la muerte en los medios y sin abrir la boca. Su defecto fue que mostraron la cara alta, como orgullosos de su estirpe, una vez cuadrados para la suerte suprema. Una suerte que da o quita y que ayer quitó y mucho.
La única oreja la cobró Lagartijo del segundo, que tuvo el defecto de salir distraídos de los muletazos del cordobés, que toreó a media altura con la diestra y se dejó tocar demasiado el engaño. Pero mató de una trasera que sirvió y obtuvo premio. Al cuarto, pronto y con fijeza, lo toreó sobre todo al natural y dibujó muletazos largos, ligados y alguno de mano baja; pero acertó con el descabello cuando se temía el sonido del tercer aviso.
Sonido que padeció Marín tras una buena faena al importante tercero. El navarro cuajó de capa a los dos de su lote y manejó con temple la muleta por ambos pitones, pero con los aceros estuvo nefasto. Pese a ello, fue despedido con aplausos.