
El Cid y Javier Marín compartieron puerta grande en Fitero. Fotografía: M. Sagüés.
El torero navarro protagonizó una gran tarde de toreo y llama así a la puerta de la Feria de San Fermín. Galería fotográfica: José Luis Espuelas.
Ganado: Dos utreros para rejones, reglamentariamente despuntados, de El Madroñal, manejables, y cuatro toros de Hermanos Cambronell para lidia a pie, nobles y con clase pero muy bajos de raza; el sexto desarrolló dificultades y cierto sentido.
Toreros: Mario Pérez Langa (saludos tras aviso y oreja), El Cid (oreja tras aviso en ambos) y Javier Marín (oreja tras aviso y dos orejas).
Presidencia: a cargo de Ana Isabel Elipe, asesorada por Francisco Sagardía y Jesús María de Andrés, cumplió correctamente su cometido.
Incidencias: Casi lleno en tarde soleada. Feria de San Raimundo. El premio al mejor par de banderillas fue a a parar a Pablo Simón. El Cid y Marín salieron a hombros.
Javier Marín presentó su candidatura ayer para hacerse acreedor a un puesto por derecho en la Feria del Toro de San Fermín. Era su primera corrida de una temporada que va a ser dificultosa en extremo y demostró en el albero de la coqueta y cuidada plaza de Fitero que tiene argumentos, técnica y valor para actuar en cosos de mayor relumbrón. Y, además, toreó singularmente bien a ‘Tendido’, su primer oponente, un astado de enorme clase pero que había que sostenerlo con alfileres merced a una asombrosa capacidad para pulsear su embestida con los flecos de la muleta.
Fue una faena perfecta en colocación y temple, en la que logró algún natural mecido y suave bamboleando la muleta con mimo, ajuste y lentitud. Javier busca el toreo bueno y sin alharacas y demostró buen gusto en la composición de las series y en la reunión con el toro en el trazo del viaje de la muleta. Se lo pasó muy cerca una y otra vez en cada uno de los lances y la poca emoción que trasladaba el animal a los tendidos, el joven diestro la suplió con su despaciosidad. Fue una oreja de peso, una oreja que interiormente le sirvió para demostrarse a sí mismo que el camino interior de perfección que ha emprendido puede tener su recompensa.
El sexto fue otro cantar, ‘Blanquito’ era negro y salpicado, cinqueño y con genio y su genética tan diferente a sus hermanos de camada, que la suavidad se tornasoló en genio y dificultades. Y en ese punto emergió un Javier Marín completamente distinto, ya que se encorajinó para buscar los máximos trofeos con la fuerza incierta pero soberana de la voluntad. Se dejó ver en un quite de máxima exigencia con el capote a la espalda dejándose llegar al astado en la soledad del centro del ruedo sin moverse un ápice y planteó una faena de recursos con la mano izquierda al principio, y después con un atragantón en redondo que llegó mucho a los tendidos cuando la noche se cernía definitivamente sobre Fitero. Una estocada cobrada con habilidad le sirvió para sumar otras dos orejas más en su esportón y llevarse un hermoso botín en una tarde muy importante para su carrera. Se sabe con capacidad y recursos para empresas mayores y en cada muletazo parecía soñar con San Fermín y su abarrotada monumental.
El Cid gozó con el primero de la corrida, aunque en un momento de demasiada confianza fue volteado sin consecuencias. El torero de Salteras, ídolo no hace muchos años de la afición, toreó con suavidad ante dos ejemplares de Cambronell sin demasiadas dificultades pero con escasos recursos físicos. Obtuvo dos orejas facilonas tras sendas actuaciones aseadas pero sin demasiado compromiso por su parte. Para el sevillano, la tarde no pasó de un entrenamiento enfundado en su traje de luces. Y se fue feliz de Fitero.
Mario Pérez Langa, el rejoneador que iba por delante en la función, demostró su escaso oficio en dos faenas rápidas y sin demasiado ajuste. Cortó una oreja al cuarto tras lograr los mejores pasajes de su actuación con un caballo llamado Fandiño con el que logró dos banderillas meritorias. Poco toreo y demasiados gestos.
Crónica de Pablo García Mancha, publicada en Diario de Navarra.