Uno inglés y el otro alemán, ambos están realizando el curso de toreo en Pamplona.
A las cuatro y media de la tarde de ayer, la plaza de toros pamplonesa permanecía completamente vacía, envuelta en un silencio que conmovía y contrastaba con el ruido de la algarabía sanferminera que acoge. Poco a poco, el ruedo se fue llenando de gente variopinta, de todas las edades. A las cinco, cuarenta aficionados movían al viento capotes y muletas, y clavaban garapullos en el carretón. El coso había recobrado su aroma taurino.
Entre el alumnado, un taxista llegado desde Sevilla, una aficionada santanderina, un chaval pamplonés que no se pierde un curso, sea gratuito o de pago (este supera los 200€). Pero, sobre todo, dos personas llamaban la atención especialmente: un inglés de origen indio, con gorra campera, y cierto aire sevillano, y un rubio alemán, que acababa de llegar desde Dusseldorf.
Andy Paul Gill, de 38 años, natural de Conventry y de madre india, reside en España desde 1995 y en 2000 se afincó en Valladolid, donde posee una empresa que organiza cursos de lenguaje. “Mi padre era un hombre de mundo, le gustaba conocer culturas distintas. Cuando yo tenía 13 años, visitamos España y parábamos en cada plaza de toros, para estudiar su arquitectura tan peculiar.
Cinco años después, presencié una corrida de toros en Las Ventas y me apasionó. Prueba de ello es que aquí estoy”, explicó.
Historiador y lingüista, reconoce que su pasión por el toreo viene dada por ser parte de la cultura española, pero con un sentido profundo de la vida. “En el toreo está la vida, y la muerte también. Son las dos caras de una misma moneda. Así es la vida. Y quien ignore estas dos caras, no entiende cómo es la vida”. En su currículum taurino, ya constan dos cursos. El primero lo llevó a cabo en la localidad pacense de Olivenza, donde se puso por primera vez delante de un animal bravo. “Aquel día tuve un indescriptible sentimiento de paz, de armonía con el animal. Es muy difícil de explicar, fue maravilloso”.
La historia de Philipp Von Bergman guarda aspectos coincidentes. De 42 años, nacido en Dusserdolf, piloto de avión y empresario de profesión, sus antecedentes taurinos van muy ligados
a El Juli. “Estudié en Madrid, donde trabajé y también en Barcelona. En 1998 presencié en Las Ventas la encerrona de El Juli, cuando todavía era novillero. Luego lo seguí una temporada completa por todas las plazas”, rememoró el alemán.
Respecto a su sentir cuando torea alguna res, Van Bergman reconoció la dificultad. “La primera vez no sentí miedo, pero la experiencia me sirvió para comprender la dificultad que conlleva el toreo, el manejo de los trastos y para apreciar después, en las corridas, los estilos de los diferentes toreros”.
Un británico y un alemán, dos aficionados que ponen de manifiesto que el toreo no entiende de fronteras.