SÓLO UN TORO DE VICTORIANO DEL RÍO FUE ARRASTRADO CON SUS DOS OREJAS

Miguel Ángel Perera y Roca Rey salen a hombros.

Inexplicablemente, el tercero, ‘Jaceno’, número 23, negro mulato, de 570 kilos, fue premiado con la vuelta al ruedo. Reportaje fotográfico: Jonan Basterra.

Ganado: Seis toros de Victoriano del Río, bien presentados, parejos, astifinos, nobles y con clase, dóciles, muy toreables en conjunto, con un tercero, Jaceno, premiado con la vuelta al ruedo.

Toreros: Miguel Ángel Perera (oreja tras aviso y oreja), Paco Ureña (silencio y oreja) y Roca Rey (oreja en ambos).

Presidencia: A cargo de María Caballero, asesorada por Juan Ignacio Ganuza y la veterinaria Rosa Loranca, mal al conceder la vuelta al ruedo al quinto; por lo demás, correcta.

Incidencias: Lleno. Tarde soleada y de calor agobiante. Juan Sierra y Vicente Herrera saludaron montera en mano tras banderillear al primero. Perera y Roca Rey salieron a hombros.

Roca Rey no dudó en irse de nuevo en la misma boca de riego para recibir con la muleta a su primero, que era el tercero de la tarde. Bien sabía lo que hacía el peruano. Estuvo el día de San Fermín y aquí es Dios porque arriesga y convence de un modo superlativo. A más de 36 grados, la faena alcanzó plena ebullición cuando el toro se fue apagando y Roca Rey, vestido de malva y azabache, tiró de cercanías y recursos, con unos circulares por la espada que tuvieron chispa y los estatuarios finales. Se pasó el toro como quiso y por donde quiso, con un valor seco e inquebrantable. A este momento llegamos después de una faena en la que hubo series de gran lentitud y transmisión, como las dos primeras tras el chispotazo inicial de rodillas en los medios. El toro de Victoriano del Río fue una máquina de embestir. Bravo. Emocionante. Todo lo quería por bajo y tenía una calidad y una profundidad extraordinaria. Por el izquierdo descolgó también una barbaridad y aquello tomó cotas altas que hicieron vibrar. La pena fue que, tras un pinchazo, la estocada cayó baja y el premio quedó reducido a una oreja. Al toro, pese a su gran calidad, se le dio, inmerecidamente, la vuelta al ruedo para el toro.

Le faltaba otro trofeo para abrir la puerta grande y eso al peruano le fue más que suficiente para tirarse a por todo. Si algo tiene este gigantesco torero es que con nada se conforma. Atronador fue cómo le aplaudieron cuando brindó. La gente le esperaba con la misma intensidad que un niño a sus majestades la noche de reyes. Ligó dos series por la derecha que tuvieron forma, el cambio de mano y el remate fue excelso. Por el izquierdo nada, y volvió a la diestra ya con su batería de recursos. Un viaje por la espalda de imprevisto volvió a conectar. El toro se fue rajando y ya, primer un circular por detrás, un amago de cogida y explosión. Tiró de arrojó, valor y poderío ya metido en tablas. Se fue detrás de la espada y pinchó antes de matar de una estocada, pero la oreja con la que abría la puerta grande cayó.

Para cuando Perera brindó, las peñas ya habían entonado su primera canción del repertorio. Vestido de azul petróleo y oro, abrió de rodillas en el terció y toreó soberbio por el derecho. Antes, se desmontaron Juan Sierra y Vicente Herrera que nos hicieron vibrar en banderillas. Explosiva fue esta primera tanda con la que impuso mando para luego ya hacer el toreo en vertical por ambos pitones. El de Victoriano del Río embistió en los primeros compases con codicia y transmisión, con ímpetu y nobleza tomaba los engaños, pero pronto empezó a perder revoluciones y comenzó a ser más soso. Faena de oficio y limpieza del extremeño con la que conectó y con la que consiguió el primer trofeo tras andar hábil con la espada y dejar una estocada. Al cuarto le planteó una faena muy mecánica e inteligente. Trató de sujetar el bronco temperamento del toro y dominar sus feos finales con la cara alta. No siempre lo consiguió pero le logró varias series aseadas que tuvieron calidad. Cerró por manoletinas antes de irse detrás de la espada, dejar una estocada y conseguir el trofeo que le abría la puerta grande.

Paco Ureña, de grana y oro, se las vio primero con un toro que llegó a la muleta sin transmisión y muy apagado. Se desplazaba pero todo lo hacía a media altura y sin un mínimo de entrega, y eso fue un imposible para lograr continuidad, pese a que lo intentó y estuvo ahí. Se le encasquilló el acero –cuatro pinchazos y estocadea- y fue silenciado. Su segundo tampoco le brindó opciones. Con un tranco apagado, descastado, tomaba los vuelos, reponía a mitad el viaje a la altura del estaquillador y luego derrotaba feo. No cesó en el empeño y lo fue muleteándolo sin llegar a compactar una serie. Al final, a base de insistencia y empeño, logró que tras la estocada le premiasen con un trofeo.

Información de Jesús Rubio publicada en Diario de Navarra.

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