La corrida de Saltillo, muy bien presentada, resultó decepcionante por la falta de fijeza y lo aquerenciado de los toros.
Ganado: Seis toros de Saltillo -los dos últimos, los únicos cinqueños, con el hierro de Joaquín Moreno Silva-, muy bien presentados, que cumplieron en varas, pero mansos, aquerenciados, sin fijeza y deslucidos en el último tercio, salvo los nobles tercero y sexto.
Diestros:
Iván Vicente: silencio y saludos desde el tercio tras aviso.
Damián Castaño: pitos tras aviso y bronca.
Javier Antón: vuelta al ruedo tras aviso y palmas tras aviso.
Presidencia: A cargo de José Ignacio Moros, asesorado por Francisco Sagardía y el veterinario Antonio Puig Ayestarán, cumplió correctamente su cometido.
Incidencias: Dos tercios de plaza. Tarde nublada y calurosa. Castaño y Antón hicieron el paseíllo desmonterados. El subalterno José Otero saludó montera en mano tras banderillear al que cerró plaza. Castaño abandonó la plaza bajo una sonora bronca y protegido por la Policía Foral.
Es navarro, sureño, de Murchante. Llevaba casi dos años sin vestirse de luces, desde el día de su alternativa, en septiembre de 2013. Por ello, era la gran incógnita de la tarde. ¿Cómo solventaría la papeleta? Y más ante una seria y astifina corrida de Saltillo, que se preveía complicada.
Pues bien, Javier Antón fue la grata sorpresa de la segunda de la Feria de Tafalla y, sin duda, el mejor de la terna. Demostró que merece un sitio, torear más, que las empresas cuenten con él. Sólo la falta de acierto con los aceros le impidió salir a hombros. Algo normal, por otra parte, si se tiene en cuenta su falta de rodaje. Si llega a estar certero con el estoque, habría protagonizado una tarde tan redonda como triunfal. No lo logró pero convenció a los presentes, que no es poco. Y más vista la labor de sus compañeros de cartel, que defraudaron, tanto como el encierro de Saltillo, del que se esperaba más, bastante más.
Fue un conjunto manso, aquerenciado, sin fijeza, deslucido. Sólo el lote del navarro se salvó de la quema en le último tercio, porque se dejó hacer con nobleza. Incluso frente al peto se eseparaba más de ellos, pese a que cumplieron en líneas generales, sin llegar a esa deseada pelea conocida como bravura.
Como se ha dicho, Antón se llevó el lote más noble y el murchantino supo sacarle partido y estuvo a la altura de las circunstancias. Gustó más en su primera intervención, ante un cárdeno noble que, más que justo de fuerzas, pareció algo derrengado en manos en varios momentos. Frente a él, el matador de toros ribero sorprendió por su soltura y seguridad. Lo recibió con cuatro verónicas repletas de gusto, de su firma. Y gusto tuvo también la faena. Lo toreó con serenidad, con naturales largos, de uno en uno, y rematando muy bien las series con el de pecho. Toreó con desparpajo en una faena variada, alegre, pinturera, de personalidad marcada y exclusiva, que no remató con el estoque.
Su segundo, también noble, tuvo más motor y marcada querencia a tablas. En esta ocasión, el joven murchantino realizó un trasteo de entrega, cargado de voluntad, en el que destacaron un par de tandas de ayudados con su gusto personal y los templados pases de pecho. De nuevo, el triunfo se le escapó con el estoque. Una lástima, pero para entonces Antón ya había dado su toque de atención, ya había dicho aquí estoy yo.
Respecto a los otros dos diestros, abrió la tarde un Iván Vicente al que se le vio precavido, dudoso, desconfiado ante un toro que tragó por el derecho sin humillar. Algunos derechazos insípidos y poco más. Mejoró su imagen ante el rajado cuarto, en un trasteo de menos a más, que alcanzó al final cierto tono gracias unos derechazos tirando del toro.
Por último, lo de Castaño, Damián, fue para replantearse la profesión. Perdió los papeles con los aceros ante el segundo y más todavía frente al quinto, al que no le pegó ni un muletazo y dejó como un coladero después de tanto pinchazo, cuchillada infame.