El pacense Posada de Maravillas salió a hombros tras pasear las dos orejas del sexto y Javier Antón vio recompensada su entrega con la concesión de un trofeo del cuarto.
Ganado: Seis utreros de El Parralejo, correctos de presentación, nobles en conjunto pero nada sobrados de fuerza; con clase el quinto y el sexto, y deslucido el tercero; primero y segundo fueron aplaudidos en el arrastre.
Javier Antón: palmas tras aviso y oreja.
Rafael Cerro: vuelta tras aviso y división de opiniones tras dos avisos.
Posada de Maravillas: silencio y dos orejas. Salió a hombros.
Presidencia: A cargo de Juan Ignacio Ganuza, asesorado por Jesús María de Andrés y Josetxo Gimeno, cumplió correctamente su cometido.
Incidencias: Dos tercios de plaza. Tarde soleada y calurosa. Los tres novilleros hicieron el paseíllo desmonterados.
Vayamos por partes. Respecto a años anteriores, la entrada se resintió algo, sólo algo, tal vez por la crisis, por el calor, por el horario o vaya usted a saber. Y se resintió más al final, pues mucha gente después de dos horas de espectáculo, decidió irse a cenar. Y es que la novillada fue larga, demasiado larga como para entretener o crear afición. Más vale que el triunfo en el sexto toro animó bastante al respetable.
Visto el tema de la asistencia de público, analicemos la materia prima. El festejo se saldó con el corte de tres orejas pero se pudieron cortar muchas más. Excepción hecha del tercero, el resto tuvo nobleza a raudales, más que la duquesa de Alba, y ni una mala intención. Fueron agradables para torearlos y aptos para triunfos de relumbrón. Ahora bien, no anduvieron nada sobrados de fuerza, por lo que el resultado fue un juego bondadoso pero carente completamente de emoción. Y sin este ingrediente, la Fiesta decae, e incluso deja de interesar al público y, por supuesto, al aficionado. ¿Oyó alguien ayer algún grito de “¡cuida, que te va a coger!”? Qué va. Los utreros no tiraron un derrote, eran incapaces de pegar una cornada. Eso sí, permitieron grandes dosis de estética a los que se pusieron delante, quienes, en general, perdieron la puerta grande por fallar reiteradamente en la suerte suprema.
Se esperaba la presentación del navarro Antón con cierta ansiedad. Todo aficionado pensó en algún momento en un triunfo grande del joven de Murchante. No lo alcanzó por pinchar al que abrió plaza, ante el que dibujó dos templadas tandas de naturales de buen trazo que conectaron con los tendidos. Después, el novillo fue a menos y el trasteo perdió algo de tono.
Ante el cuarto, sin embargo, la faena fue de menos a más y Antón acabó entonado, con series cortas por ambos pitones, en las que hubo algún remate con sabor. Un pinchazo dio paso a una media que sirvió. Algunos hablaron de trofeo de paisanaje. Error. La petición fue mayoritaria y quien la pidió, en un ejercicio de verdadera democracia, de plena libertad, lo hizo porque quiso; no creo que todos los que agitaron pañuelos fueran murchantinos ni navarros siquiera. Quienes pidieron la oreja algo vieron que les gustó.
El cacereño Cerro, por su parte, se mostró como un novillero de largo rodaje. En su primera intervención, ante ese burraquito, tan noble como débil, las dos primeras tandas de naturales, ligadas y templadas, hicieron pensar en una faena grande. Y lo cierto es que cuidó al novillo y corrió muy bien la mano; pero el trasteo fue a menos, la estocada, defectuosa y tuvo que descabellar. Al estupendo quinto, le realizó la faena con mejores argumentos taurinos de la tarde-noche; lo toreó con serenidad y bastante quietud, sabiendo siempre lo que se traía entre manos. Pero, paradojas del toreo, de esa cercana puerta grande pasó al amargo lloro; se hizo un lío con los aceros y el palco le perdonó el tercer aviso.
El triunfador del festejo nada pudo hacer ante el tercero, un novillo de embestida descompuesta, que echaba la cara arriba; es más, alargó demasiado el trasteo y se puso algo pesado. Todo lo contrario que frente al bonito sexto, al que toreó con alegría, gusto, elegancia y torería. Hizo disfrutar al respetable y, pese a que la estocada cayó baja, logró el triunfo soñado.