FERIA DE LODOSA. PALHA CONQUISTÓ AL PÚBLICO Y TORRES PUSO EL TOREO

La corrida de toros mixta se saldó con la concesión de cuatro orejas, dos para el rejoneador portugués, que salió a hombros.

Ganado: Seis toros de Manuel Caro Andrade, correctamente presentados, primero y cuarto para lidia ordinaria, cómodos de cara y de juego dispar, uno noble y otro complicado, y los otros cuatro para rejones, mansos y deslucidos en conjunto, aunque con algo más de movilidad los dos últimos del festejo.

José Luis Torres: oreja con petición de la segunda y silencio tras aviso.

Mariano Rojo: oreja y silencio.

Francisco Palha: oreja en ambos. Salió a hombros.

Presidencia: A cargo de Ignacio Marrodán, asesorado por Pedro Oteiza y Adrián Vaquero, cumplió correctamente su cometido aunque se olvidó del reloj en algunos toros.

Incidencias: Media plaza. Tarde soleada y agradable. Torres hizo el paseíllo desmonterado. Actuó de sobresaliente Chapurra, que hizo un quite a la verónica al cuarto de la tarde.

El segundo festejo del ciclo lodosano fue, sobre todo, largo, muy largo. Dos horas y media de duración, con dos partes claramente diferenciadas. La primera, entretenida; el público se divirtió, pidió trofeos y se concedieron. La segunda, los tres últimos toros, tediosa, bien por la materia prima bien por el modo de operar de uno de los dos jinetes.

El otro, el que gustó, fue el que finalmente se llevó el gato al agua y logró salir a hombros, con el beneplácito del público, que le quiso premiar pese a matar más que deficientemente al sexto y último, cuando ya la tarde se echaba.

Francisco Palha protagonizó una buena actuación pero cabalgó en varias ocasiones hacia el tremendismo. Se dice que es de la escuela venturista, no de la pablista, y se lenotó en varios episodios, como ése de lanzar al aire el tricornio o el de pegarles unos gritos a sus humildes auxiliadores de esos de hacer temblar a cualquiera, al más sereno de los espectadores. El exceso de teatralidad roza, a veces, lo burlesco y en esa frontera se movió el de Villafranca de Xira. De todos modos, no hay que restarle méritos.

Redondeó su tarde frente al sexto, al que castigó inicialmente con dos rejones, tras lo que llevó bien encelado al cuatreño. A continuación, conectó con fuerza con los tendidos, con dos palos al quiebro de precisa y preciosa ejecución. Cambió de montura y, cuando regresó al ruedo, se encontró con un ejemplar rajado, al que le clavó otros dos palos cuarteando. El jinete luso fue listo. Para que no decayese el interés de su trasteo, clavó dos cortas al violín que transmitieron olor a triunfo y devolvieron la euforia al público, tanto que, pese amatar tras dos pinchazos, le premió con ese trofeo de triunfo grande, que le tuvo que saber a gloria. Su primero fue un toro parado que no permitió grandes capítulos de lucimiento.

En cualquier caso, Palha fue la cara y Rojo, la cruz. Cierto es que ante su primero todo lo tuvo que hacer él pues el toro se mostraba codicioso ante los capotes pero se desentendía completamente de jinete y montura. Tras un pinchazo, mató de un rejonazo, del que rodó el toro como una pelota, y cobró una oreja, premio a su esfuerzo.

Sin embargo, frente al quinto, mostró todas su carencias y acabó aburriendo a un gato de escayola. Pasadas en falso, una y otra vez, defectos de monta y, entre rejones y descabellos, interminable tercio final que hizo doblar al toro de aburrimiento.

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