Con ‘Ranchero’, Armendáriz se lució en un medido, templado y ceñido toreo de costado.
Armendáriz cortó una oreja, tuvo fuerte petición de la segunda, que no se concedió por su fallo con la hoja de peral.
Ganado: Seis toros de Castillejo de Huebra -tres con el hierro de José Manuel Sánchez, propietario de la ganadería de procedencia murube-, bien presentados, aunque desiguales, con cuatro cinqueños, mansos, parados y deslucidos, salvo el primero y el sexto, codiciosos.
Joao Moura hijo: oreja en ambos. Salió a hombros.
López Bayo: silencio tras aviso y oreja.
Roberto Armendáriz: saludos desde el tercio y oreja con fuerte petición de la segunda.
Presidencia: A cargo de Ángel Navallas, asesorado por Pedro Oteiza y Santiago Guallar, se mostró generosa en la concesión de una oreja del cuarto y otra del quinto, y también lo fue al olvidarse de dar algunos avisos; por lo demás, correcta.
Incidencias: Más de tres cuartos de plaza. Tarde nublada, con fuertes rachas de viento, que acabó en fresca. López Bayo debutó en Sangüesa.
Toda la plaza quería que Roberto Armendáriz saliese a hombros, pero no pudo ser, no pudo alcanzar su séptima puerta grande en esta feria. La culpa, el fallo a la hora de matar. El caballero de Noáin no remató con la hoja de peral su buena actuación frente al que cerró plaza, un toro grandote, de muchos kilos, que tuvo codicia y galopó con fijeza y buen tranco. Junto al primero, el único ejemplar salvable de la tarde.
Tras brindarlo al cielo, en memoria de su padre (fallecido el año pasado), lo recibió con Zelador y lo llevó muy encelado, en medida distancia y con disfrute, sin agobios. Fue un buen inicio de trasteo que subió de temperatura en banderillas, con los espectaculares quiebros de Ranchero y las batidas al pitón contrario y el ceñidísimo toreo de costado de Prometido, en varios episodios que provocaron los “oles” del público, que, por cierto, respondió a la cita y llenó algo más de tres cuartos de la plaza. Ya con los tendidos entregados, apareció en el ruedo el veterano Polvorilla. Tras dos cortas jaleadas, sólo quedaba el remate final de la obra. Toda la plaza quería que enterrase el rejón letal a la primera, pero, como no siempre llueve a gusto de todos, éste llegó tras dos pinchazos sin soltar. Pese a ello, se pidieron con fuerza las dos orejas, pero el palco no cedió y sólo concedió una, insuficiente para salir por la puerta grande.
Ante su primero, un marmolillo, carente de movilidad y de cualquier virtud taúrica, le ocurrió algo parecido. La labor de Visir de salida, de Zamorino con su buen toreo circular, de la valentía de Delirio en banderillas, y del pellizco de Polvorilla en el tercio final, quedó emborronada por la suerte final, tanto que la última montura citada, como cabreada por el resultado, atacó al negro murubeño y le soltó un descarado mordisco, como último recuerdo de su manso existir.
Más acertado estuvo el portugués, que fue quien se llevó al final el gato al agua. Moura aprovechó la buena condición del que abrió plaza, sobre todo en banderillas, con el toreo de costado de Perera y las batidas al pitón contrario de Cordobés. Como buen portugués, mató defectuosamente, de un rejón bastante trasero (hasta el rabo todo es toro) que, sin embargo sirvió.
Frente al parado cuarto, fue fundamental en el tercio final la labor con Isidro, con el que dejó dos cortas discontinuas y medio rejón que bastó, y el espectáculo de su veterano axiliador-showman, el simpático Paco Duarte, quien, tras doblar el toro, corrió por la arena haciendo el avión, como si hubiese metido un golazo en la gran final.
La parte menos lucida del festejo vino de la mano de López Bayo, que aburrió, y mucho. Cierto es que tuvo que pechar con el peor lote, dos toros emplazados y parados, pero se mostró como un rejoneador canso, que cansó a sus monturas con trotes y más trotes, galopes y más galopes, la mayoría sin sentido, y también al público. Ante su segundo, gustaron los quiebros en cuatro palos y paseó una generosa oreja después de media hora de faena. Que se dice pronto.
Festejos taurinos Pamplona, S. XIX