‘DOLORES’ DOLORIDOS. CRÓNICA DE LA SEGUNDA DE LA FERIA DE TAFALLA

Buen natural de Alberto Aguilar al toro que abrió plaza. Fotografía: Alberto Galdona.

Los toros recibieron tan duro como mal castigo en una tarde en la que Aguilar y Joselillo se repartieron dos orejas. Galería fotográfica (Galdona).

Ganado Seis toros de Dolores Aguirre, correctos de presentación, de desiguales hechuras, con kilos, cómodos de cara, castigados con dureza en varas y de juego muy dispar en el último tercio.

Diestros: Alberto Aguilar (oreja tras aviso y silencio), Joselillo (oreja y vuelta al ruedo) y Javier Antón (silencio y silencio tras aviso).

Presidencia: A cargo de José Ignacio Moros, asesorado por el veterinario Andrés Pemán y por Francisco Sagardía, cumplió sin problemas su cometido.

Incidencias: Más de dos tercios de plaza. Tarde soleada y calurosa. El subalterno Ángel Otero saludó montera en mano tras banderillear al sexto.

La segunda de feria sirvió ayer para demostrar la importancia de las cuadrillas, el valor que tiene su trabajo para el mejor desarrollo de la lidia; o, dicho de otro modo, cómo su mala labor puede convertir un festejo en un mal episodio taurino, en una mala tarde de toros.

En algunos casos, ayer sucedió esto último. Por un lado, en conjunto y con alguna excepción, los varilargueros ofrecieron toda una lección de cómo no se debe picar a los toros. Por otro, en algunos segundos tercios, los toros se hicieron dueños y señores, la cuadrilla de turno no logró ni recogerlos ni dominarlos, y la plaza acabó siendo un herradero.

Vayamos con los aspectos positivos de la tarde. El primero, los diestros, que dieron la cara, quisieron agradar y buscaron un triunfo casi imposible.

El segundo, como siempre, como feria tras feria, la banda de música y los gaiteros, que bien se merecen unas líneas.

Y el tercero, éste más discutible, el ganado. En el ruedo de Tafalla ayer hubo toros, toros de verdad; esto es innegable. El encierro de Dolores Aguirre tuvo dos aspectos positivos: fuerza y movilidad.

Los toros cumplieron sobrados en varas. Es más, recibieron de lo lindo mientras, algunos, empujaban en el peto. Y los picadores, la mayoría, dale que dale; un boquete por aquí, otro por allá, como diciendo ‘que te crees que me vas a desmontar’. Y a seguir pegando, hasta que algún toro acabó como un colador, con heridas en cualquier lado. Y todavía lo que es peor: qué pocos les metieron las cuerdas.

Pues bien, pese a este vergonzoso castigo -castigo antitaurino se le podría denominar-, los toros, como orgullosos de su estirpe, llegaron con fuerzas más que suficientes al último tercio, en el que el juego que ofrecieron fue otro cantar.

Sigamos con los positivo. Los ejemplares sevillanos se movieron en el tercio final. Para bien o para mal, salvo, si se quiere, el tercero. Los de Aguirre tuvieron movilidad y esto dio interés al festejo. Insisto, para bien y para mal. Después, fue importante, decisivo, el trato que recibieron de la mano de obra, de los matadores de toros.

En este sentido, uno de ellos, Joselillo, pudo salir a hombros, tras una labor que no convenció. A su primero lo recibió con buen estilo por chicuelinas. Comenzó su faena en los medios, de rodillas, con la diestra. Fue el inicio de un trasteo en el que abusó de los pases por alto, no se decidió a bajar la mano y se olvidó de torear con la izquierda. Pero mató de una tendida y cobró una oreja, algo festiva.

Frente al quinto, cinqueño, que se llevó al caballo a los medios, pudo redondear la tarde. Pero la nobleza del toro no duró lo deseado y el diestro hizo peor a su oponente. Su labor careció de limpieza. Apenas se pudo ver un muletazo de verdad, sin que le tocase el engaño. De nuevo, anduvo certero con el estoque y tuvo, por ello, muy cerca otra oreja pero el descabello le jugó una mala pasada y la salida a hombros se esfumó definitivamente.

Aguilar, por su parte, puso mucha voluntad. El mansito primero fue a mejor. El madrileño se fue confiando y se decidió a dejarle puesta la muleta. Así, ligó dos tandas de buenos naturales, y una casi entera posibilitó la concesión de una oreja. Frente al cuarto, manso pero repleto de peligro, que se revolvía con inusitada agilidad, lo intentó pero no había nada que hacer, salvo exponerse inútilmente a una cornada.

El navarro Antón, por último, se llevó el peor lote. Su primero resultó reservón por el derecho y paradote por el otro. Y el sexto, un manso de libro, rajado, que fue más cabra que toro. Una pena.