Salvo en el terreno propiamente taurino, la Feria del Toro ha vuelto a ser un éxito, económico para la empresa y de ambiente para la fiesta. Al igual que el año pasado, se temía los efectos de esa espada de Damocles llamada crisis. Pero, en este sentido, la feria está muy bien cimentada.
Quien no renueva el pago de su abono, pierde los derechos sobre él. Por ello, aunque se han registrado bajas, la mayoría de los abonados –particulares y empresas- han renovado su pase para los diez festejos de San Fermín. Muchos lo hicieron con la intención de no acudir a la plaza, de venderlo cuanto antes para recuperar el desembolso realizado, a su precio, por supuesto, no al doble de lo que vale, como sucedía hasta hace cuatro o cinco años.
Estos intentos de venta se han traducido en que hubiese mucho papel en la calle, en los aledaños de la plaza de toros. Eran muchos más los que querían vender que comprar. Tampoco ha resultado difícil comprar entradas en taquilla. Pero a la empresa todo este mercadeo le da, más o menos, igual, ya que para antes de que comiencen las fiestas, ya tiene todo el dinero ingresado en sus arcas, el necesario para cubrir los gastos y el de los jugosos beneficios.
Por eso daba gusto ir a la plaza y encontrarte con unos tendidos llenos, no repletos, de público, de una verdadera marea humana en blanco y rojo. Y las gentes venidas de otros lugares te comentaban: “Con la que está cayendo, Pamplona es caso aparte”. Y claro que lo es. Un oasis de esperanza taurina destinado a un magnífico fin: proporcionar calidad de vida a nuestros mayores.
El ambiente vivido en la plaza ha sido magnífico. No recuerdo haber visto pelea alguna y sí varias atenciones de Cruz Roja para socorrer a víctimas del fortísimo calor que hemos soportado. Por otro lado, las peñas han metido ruido pero menos, quizá porque sus componentes van acumulando años, quizá por cierto aplatanamiento debido a esa elevada temperatura. Incluso, los aficionados nos hemos deleitado en algunos momentos con el sonido de esos pasodobles interpretados por La Pamplonesa, música que este año ha tenido nombre y apellidos en los marcadores electrónicos. Todo un lujo el poder disfrutar de esa música en una plaza como la pamplonesa.
Por ello, lo peor de la feria llegó antes de que comenzase. Los veterinarios adquirieron un protagonismo que no habían tenido en lo que llevamos de siglo XXI. Dieciséis toros rechazados de un plumazo, o de varios, da igual. Y la Feria del Toro puesta en evidencia. Y lo más curioso es que ya en fiestas, saltaron al ruedo varios toros que no debían haber superado el reconocimiento. Ha sido la feria de los toros rechazados y, sin embargo, en la anterior, con más motivos –Torrehandilla, Juan Pedro Domecq…- no se rechazó ningún ejemplar.
Y ya a toro pasado, comenzamos a olvidar una feria de escasos resultados artísticos y que hace pensar en una renovación de ganaderías para la próxima. Caso aparte el de Miura, sólo se ganaron la repetición dos hierros: Dolores Aguirre y Fuente Ymbro. Las otras cinco ganaderías suspendieron su prueba pamplonesa y defraudaron. Puede quedar una puerta abierta para Torrestrella, porque sus toros, pese a su preocupante debilidad, tuvieron nobleza y algunos, cierta calidad. Pero suspendieron sin paliativos y se alejaron de la repetición las cuatro vacadas no andaluzas: las salmantinas de Valdefresno y El Pilar, la madrileña de Victoriano del Río y la toledana de Alcurrucén.
Abramos las ventanas para cambios ganaderos, para regresos, como los de Cebada Gago, Adolfo Martín o Victorino, para presentaciones como la de Prieto de la Cal, o para segundas oportunidades, como la que se merece Bañuelos. ¡Si precisamente lo que sobran son toros! Bendito San Fermín, que la santa comisión apueste por los cambios ganaderos. La feria se enriquecerá y la Casa de Misericordia, humanamente, también.