2ª DE LA FERIA DEL TORO. CRÓNICA DEL FESTEJO. MIURABILIDAD

Javier Castaño ejecuta un derechazo sentado en una silla junto a tablas.

El salmantino Castaño causó muy buena impresión y siempre estuvo por encima de sus dos toros

Ganado: Seis toros de Miura, bien presentados, aunque algo desiguales, de juego dispar, desde los complicados y peligrosos, como los tres últimos, hasta los nobles, como segundo y tercero, pero manteniendo siempre el interés. El tercero fue aplaudido en el arrastre.

Rafaelillo: saludos desde el tercio y silencio.

Fernando Robleño: saludos desde el tercio y silencio.

Javier Castaño: oreja y aplausos.

Presidencia: A cargo de Valentín Alzina de Aguilar, asesorado por Pedro Ascunce y Miguel Reta, cumplió bien su cometido y pasó desapercibida.

Incidencias: Lleno. Tarde soleada y agradable. Buenos pares de José Mora y Pascual Melinas al que abrió plaza.

Miurabilidad: cualidad de algunos toros de Miura consistente en no quedarse parado y acudir a los engaños. Dícese también de la habilidad y arrestos de algunos diestros para enfrentarse a los legendarios toros de Miura, sobre todo en plazas de primera categoría.

Las dos acepciones se dieron cita ayer en el nonagenario coso pamplonés. Dos de los seis toros acudieron con nobleza a la muleta y, en el otro sentido, hubo un diestro que, a base de temple, se impuso a los dos de su lote; sus señas: Javier Castaño, salmantino.

Respecto a la materia prima, los tres primeros tuvieron toreabilidad en distintos grados, lo que hacía soñar con una corrida de ciertos altos vuelos. Pero los tres últimos nos devolvieron a la realidad, a la de esos toros complicados, que desarrollan sentido y resultan peligrosos.

En varas, el comportamiento fue asimismo dispar pero tirando a la baja, alejándose de la bravura.

El mejor del encierro fue el tercero, un castaño miureño llamado Intruso, de 565 kilos, que tuvo nobleza en el último tercio y repitió gracias a la mano de obra que tuvo enfrente. Castaño comenzó su trasteo con la llamativa suerte de la silla. Sentado sobre ella y pegado a tablas, instrumentó los primeros derechazos. Seguidamente, se fue a los medios y continuó dibujando derechazos, ante un ejemplar que repetía en corto recorrido.

El salmantino cambió de mano y trazó una aceptable tanda de naturales. Pero fue con la segunda con la que el diestro enseñó a embestir al de Miura, a base de medido temple, basado en la firmeza, en la seguridad, en el convencimiento íntimo de querer y poder triunfar. El de Salamanca incluso alegró con un molinete de rodillas, un invertido rodilla en tierra y un pase de pecho de cierre, antes de dibujar otra tanda de naturales con un toro embebido en la muleta. Sólo quedaba la suerte suprema para rubricar el poderío de su obra, tras un intercambio alternante de derechazos y naturales.

Y lo consiguió. Mató a Intruso, que aguantaba con la boca cerrada, orgulloso

de su estirpe, de una estocada de muy buena ejecución. Merecida oreja. Trofeo de mucho peso.

El sexto, Navajito, el que intentó rajar a más de uno en el encierro matinal, buscó hacer lo mismo con el matador de toros. Derrotó, echó la cara por las nubes y tiró hachazos una y otra vez. El espada se mantuvo sereno ante tanta amenaza e incluso le robó un par de tandas cortas con la diestra. Siempre por encima de la descompuesta embestida del animal, terminó con él de otra estocada, que cimentó su buena imagen.

Si Robleño llega amatar a su primero, segundo de la tarde, como mandan los cánones, de certera estocada, la plaza habría pedido un trofeo para él. Pero no fue así. El de Miura resultó noble y toreable, aunque algo sosote, y el madrileño lo aprovechó en varias series cortas con la diestra, en las que fue ganándose el interés de los tendidos.

Pero, a la hora de la verdad, dejó un pinchazo hondo, al que siguieron dos golpes de descabello.

Frente al quinto, deslucido, pero sin comerse a nadie, no estuvo a la altura. Se mostró demasiado indeciso. Cierto es que el toro medía pero el espada se vio varias veces sorprendido por el sardo y nunca pudo con él. Concluyó su actuación co u pinchazo y un feo bajonazo.

Rafaelillo bailó con la más fea. No tuvo opción alguna con el cuarto, que se revolvía en un palmo de terreno con perversas intenciones, y alguna más con el que abrió plaza, pues, pese a rebrincado por su justeza de fuerzas, tragó en el engaño.

Y es que las manos, manos son. Parecen iguales pero son diferentes. Y en ellas residen el arte y el poderío en el toreo.

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